Opinión

Fue entrañable La Pitorra

Confieso que tengo que hacer un esfuerzo para traer de nuevo a la imaginación la silueta de “La Pitorra”; retornando a aquellos años 1948 y siguientes. He rebuscado documentos de la época y creo que la conclusión mereció la pena, aunque no encontré demasiados datos. Sin embargo, de la fecha de aparición de la mini-maquina en la estación de Puente Canedo, para adjudicarle las “maniobras “, no ando descaminado al concluir que fue muy próximo a 1925.

Aquella pequeña locomotora, sé que era francesa, había sido fabricada por 1902, y prestado servicio antes en otros puntos de España. Era modelo 2240 y tenía tres ejes, habiendo sido distribuida por Stephenson en nuestro País. 

La estación de A Ponte disponía de pocas vías, y la maquina campaba a sus anchas en la selección y manejo de vagones de mercancías. Téngase en cuenta que la automoción estaba en pañales; casi todo se transportaba por ferrocarril para toda la comarca y en continuidad a Monforte, especialmente desde y para Vigo. “La Pitorra” se encargaba de componer y descomponer los trenes, provocando topetazos con los vagones para adelante y atrás. Hasta que le llego su jubilación una vez que se puso en marcha la “modernísima Estación Empalme” en 1952; allí no la llevaron. La sustituyeron por una diesel.

No exagero, era entrañable; si a algo que no sea un ser humano se le pueda dar ese calificativo; era como el pequeño niño que nunca crece, al cual siempre se le mira con ánimo de protección. El mundo infantil en Ourense estaba con la pitorra, con sus sutiles pitidos; igual de pronto iniciaba la marcha precipitadamente haciendo patinar sus ruedas, que soltaban chispas hacia los lados, como frenaba en seco al haber provocado la inercia de unos cuantos vagones que se iban solos a topar con otros detenidos para componer el nuevo “mercancías”. Soltaba humo y vapor por todos los lados. Las motas de ceniza flotaban en el ambiente en los aledaños de la estación; las pavesas del carbón se mascaban en el aire.

Pero eso no era óbice para quedarnos los niños, y no tan imberbes, como bobos mirando a pocos metros de aquel puente metálico ya integrado en la estación, y que cruzaba la calle de Las Caldas, como actuaba sobre la vía. 

Entonces, “La Pitorra” era como el Alma en movimiento del paradero ferroviario pontino, donde por cierto los enganches y desenganches del material móvil se realizaban de forma manual, y la comunicación para las ordenes de maniobra entre maquinista y el enganchador, se hacía a gritos con frases estipuladas entre ellos, que se escuchaban desde todo el barrio sabiéndose en todo momento y por tales gritos quien era el enganchador de turno que maniobraba los vagones.

El nombre de “Pitorra” intuyo que venía de los sutiles pitidos con que se hacía  notar, distintos a los de las locomotoras grandes convencionales. Pero no precisamente de que la  mini-maquina se pareciese en algo al ave limícola que se asemeja a una perdiz y cuyo nombre es el mismo.

No llego a recordar si, por lo pequeña que era, llevaba pareja de conducción (maquinista y fogonero) o era maniobrada por una sola persona que lo hacía todo. Era curioso; a las locomotoras se las conocía normalmente, y nombraba, por su número de fabricación, pero esta, que parecía de juguete tenía su indiscutible nombre propio de “Pitorra”. A veces la dejaban parada un rato sobre el puente de la avenida de As Caldas, y entonces la rapazada que salía del “colegio de don Luis”, en la calle del Rincón, se quedaba alelada mirándola, hasta que el maquinista saludando a los niños con un pitido se iba con la maquina requerida a otra vía de la estación. En ella era todo imaginación, fantasía e ingenuidad para la población infantil.

Otra de las misiones que tenía, era la de salir a socorrer (que ironía), remolcando a algún tren a veces muy cargado, que procedente de Vigo no era capaz de culminar el desnivel desde Outariz a la estación; y con más razón si el disco de entrada estaba cerrado teniendo que detenerse a que le diese vía libre. Se contaba aquella anécdota de que en una ocasión salió a buscar un convoy que se paró por sobrecarga a la altura de Canedo; “La Pitorra” fue a por él, pero no aportó fuerza suficiente, y ya otra máquina más potente disponible no había; tuvieron que pedir una locomotora a Monforte para que viniese a socorrer a ese tren que parado en las inmediaciones de Ourense no era capaz de llegar a la estación.

En fin, que aquella mini-máquina que era ya un poco patrimonio simbólico de los caldeños y ourensanos a los que hizo sonreír tantas veces, se había ganado el estatus de protección y conservación en su futuro retiro, debiendo mantenerla una vez perdida su actividad y exponerla en algún lugar público para ser admirada por todos, como tiene otras similares en ciudades próximas a la nuestra, donde además la cuidan tanto que hasta la tienen protegida con un enrejado contra el vandalismo (léase Zamora).

No fue así en Ourense y, muchos años después, nos plantaron una maquina Tubre- belga de 1927 (que no venía a cuento y, además, apenas había rodado por Galicia); está bastante descuidada en frente a la Empalme. La “nuestra”, aquella que originó raudales de simpatía y afecto en los muchos años que resbaló sobre los carriles ourensanos, por vetusta acabaría en una chatarrería; cuando era la que hubiera sido idóneo conservar como un símbolo más del pasado contemporáneo ourensano, en lugar del mamotreto que Renfe nos “regaló” años después para que nos conformáramos.

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