Opinión

Aquella generación guateque

En aquella época (50-60), los chavales que empezábamos a dejar el pantalón bombacho y las chicas que comenzaban a ponerse tímidamente medias, dejábamos atrás la esencia pura del recorrido por la niñez; pasábamos lentamente y con naturalidad a ser “mozos”. Descubríamos día a día nuevas sensaciones. Para ello no había que cabalgar con trote precipitado buscando velozmente las emociones artificiales; lo hacíamos al paso, sin salir de la vereda; porque estas llegaban al debido tiempo. En el recorrido del camino estaba la propia escuela de la calle, que enseñaba los placeres y contrariedades de estadío de juventud, que para nada preocupaba que pasara rápida o lentamente. Según viniera así se iban descubriendo las sensaciones.

Me cuesta pulsar las teclas sin hacer comparativas de aquellas generaciones con las actuales, porque para calificarlas en pretérito, necesariamente hay que verlas desde el presente. Y hablar de las características del tiempo actual, en cuanto a la juventud, como que “no me mola” demasiado; tienen pocos valores que ofrecer, generalmente hablando y con debido respeto. Decir que eran totalmente distintas a las de hoy, pues tampoco es eso; pero sí que había matices que las hacían muy diferentes; uno de ellos era precisamente la “afloración al romanticismo” que comenzaba a cubrirlo todo a partir de la pubertad. La picaresca, el logro de un beso, el atrevimiento de una caricia, o una carta (enviada por un propio a una chica o chico), eran cuestiones que llevaban implícito un saborcillo novelesco, sensible, singular, aun sin llegar claro está a lo pasional hacia la otra persona, eso aún se forjaría con el tiempo. No era necesario alcanzar metas por atajos; no era prudente lograr objetivos exagerados, como tampoco se estilaban las prisas para vivirlo todo mecánicamente cuanto antes, y perderse por el camino lo más natural, como era el placer de crecer disfrutando; sin botellas, sin piercing.

Me he referido renglones atrás a la frase “afloración al romanticismo”, y en ella hemos de englobar el más amplio de los sentidos los actos del día a día, que también se veían influenciados en sus espacios correspondientes. Os preguntareis por que le he dado a estas consideraciones el nombre de “aquella generación guateque”. No tengo que esforzarme demasiado para justificar el motivo, que no es otro que la aparición por la época de aquellas juveniles reuniones lúdicas privadas en hogares con cierto “halo de modernidad”.

Yo hablo de Orense, donde, como os recuerdo, se hacían a modo de gramola y sangría, colocadas ambas en una mesa al efecto en esquina del local, en el que todos éramos un poco disc-jockey al mismo tiempo. No me diréis que aquello no era romántico. Nos posibilitaba los primeros coqueteos responsables entre diez o doce chavales bailoteando sanamente sin pronunciada posesión. Eso sí, con la escopeta cargada del familiar vigilante de la sala y que autorizaba el sarao, oteando desde la esquina para que nadie se desmadrara. Aunque ¡nos permitían beber sangría!... ¡Qué lujo!

Los guateques eran el más sensible surgir a las primeras picardías “autorizadas”, con signos de sensuales miradas fugaces mientras se bailaba al ritmo del “Vals de las olas” o del pasodoble “España cañí”, que había colocado en el plato del tocadiscos el primero que se acercaba de nuevo cuando acababa la pieza anterior y lo pinchaba.

Pero lo realmente importante en aquellos tímidos y organizados saraos en los domicilios, era que una invitación a un chico a la asistencia a un guateque de aquellas generaciones a las cinco de la tarde de un domingo en el patio de una casa, o en el mejor de los casos en el salón o la galería, era que se concedía confianza plena al invitado (o invitada, claro); era entrar de lleno en la consideración de “rapaz formal”. No era igual que el bailoteo en la verbena del barrio en las fiestas patronales. Esto ya tenía otra categoría, con signos de modernidad, y la moda había llegado de Suramérica traída por los emigrantes, que fueron los impulsores de estas privadas reuniones folclóricas.

No me canso de decir que por la época, todo estaba tildado del romanticismo, que a las “pandas” de hoy les falta, y ese es uno mas de los motivos del actual deterioro juvenil, que no llega a conocer otros valores más que la superficialidad de la fría comunicación por whatsapp, hasta en el comedor, mientras a la vez están almorzando.

Claro que hay excepciones; no a todos los jóvenes hay que insacularlos en el mismo talego (hay chicos y chicas con una mollera amueblada de lujo), pero la filosofía general del “bote de coca cola…, del yo alucino…, y el me flipa mogollón” en la actualidad es imperante. Por eso, aunque hay que creer en los avances sociales generacionales, no faltaría más, retrocedemos un poco al no volver a ver a la juventud en lo que supone la esencia delicada de un beso furtivo, o el ceder el asiento a un anciano en el autobús. Es mi opinión; hay otras que también respeto.

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