Opinión

Prohibido cantar en los bares

Prohibido cantar en este local”. Este era el cartel que rezaba en los bares y tabernas de nuestra ciudad, en el año 53. Con la colocación por “imperativo legal” de estos escuetos cartelitos situados en lugar visible en los establecimientos del vino, y escritos con todo rigor sobre una placa de porcelana blanca con la rotulación artística manual en color negro (que daba cierto aire de buen gusto), se ponía fin a una tradición cultural propia de nuestro entorno desde tiempos inmemoriales, pero con mayor significación desde el año 1940; razones obvias.

Tal como sucedió con aquella orden gubernativa, el acatamiento por parte de los taberneros fue prácticamente instantáneo, porque la sanción a los contraventores se ofrecía severa, y por consecuencia desde aquel momento ya pertenecía al pasado el inofensivo modo de diversión practicado por los orensanos que tenían ciertas cualidades para el canto espontáneo, a pesar de que los tiempos no eran los más idóneos para las manifestaciones “jolgóricas”, y menos en establecimientos públicos donde, dicho sea de paso con las reminiscencias pretéritas, aun se limitaban en buena medida los modelos de diversión.

Ourense era por tradición un pueblo en que en los bares se cantaba. A veces un cantareiro improvisado, si se le puxaba un poco, lo hacía como solista. Y otras, el coro se ponía en funcionamiento a partir de que los concurrentes fuesen más o menos melómanos, aficionados al “bel canto” haciendo piña con el tenor principal, y el tabernero les llenase, claro está, la tercera taza de tintorro. Entonces se imponía el “brazo por hombro y rápidamente se exaltaba la amistad” entre los coristas; para que las notas empezasen a aflorar de forma espontánea en el local, generalmente cargado de un halo de humo causado por el consumo del clásico tabaco “caldo de gallina”.

Aquellas baladas populares surgidas por generación espontánea en las tascas donde se entraba a “tomar una chiquita”, especialmente al anochecer, suponían muchas veces el único signo de satisfacción buscada. Las alternativas no abundaban en cuanto a ocupar el tiempo de asueto, y el aliciente de compartir un rato de charla o canturreo saboreando una taza de tintorro, se valoraba de importante manera. 

Pero la tradición se perdió a la fuerza, sin otro remedio; y claro que había buenas voces; y se cantaba a capela cualquier tonada, en gallego o castellano, era igual, con las goladeiras refrigeradas tras la cuarta o sucesivas cuncas, si ello se terciaba. “Cantamoslle outra?”, se solía decir; a lo que se contestaba “Pois cantamoslla…. entón cal botamos logo!” Era cuando algunos ya cambiaban de tercio, y se pasaban al “licor café de la casa”, del que el propio tabernero se afanaba en resaltar sus bondades. Con el dulce mosto de garrafón elaborado de forma amanuense en la trastienda del furancho, se entonaba mejor, aunque a veces arañase las golas de los glosadores musicales. 

No había edades más aptas que otras para el arte de la interpretación popular; pero sí era un grado saber lanzar al viento un potente aturuxo bien modulado en el momento oportuno, y eso si que era cosa de los más veteranos con gorxas más educadas para ello. Tampoco es que supusiera un signo de alegría próximo a la cogorza el arrancarse a cantar fácilmente; quienes lo hacían era porque de algún modo tenían ciertas cualidades; los demás disfrutaban escuchando, al mismo tiempo de la cata de un tintorro en taza de barro.

Hay que entender, visto desde la lejanía del tiempo, que ya en la época en que vivimos aquella tradición hoy no sería posible. Pero también pensemos que en los límites del divertimento ciudadano adulto había poco espacio, y con aquel modo lúdico de demostrar unas aptitudes de voz, a través de un sencillo cantar en un lugar pseudo público, se satisfacía un deseo. No era sin embargo un arraigo femenino; ¡eso daría lugar a otras consideraciones acerca de la fémina en cuestión que osase cantar en una taberna entre hombres…! Vaia louca!, dirían algunos.

Hemos descrito unas parrafadas muy simples sobre el cantar en los bares, antes de ser prohibida, no sabiendo muy bien por qué (… o sí lo sabemos), tal manifestación de alegría. El canturreo en los bares y tabernas tenía un ambiente especial, que se producía casi de manera instantánea cuando aún eran tiempos en que “el control de la calle” era riguroso por las autoridades gubernativas, para que “nadie se desmandase”.

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