Opinión

El romántico zollipo en el cine

Recuerdo una película que se proyectaba en el Cine Mari allá por 1961, en la que desde la calle  se oía los “sollozos del personal” en el patio de butacas. Aquel folletín era, creo recordar, de origen mexicano, y ya llevaba en las salas españolas un par de años cuando llegó a Orense (digo así porque “Ourense” no figuraba muy asentado aún en la toponimia del tiempo), precedida del éxito sobrado para la inducción al lloriqueo y a la tensión contenida de los “sufridos espectadores” orensanos. Aquella película se llamaba “Con quien andan nuestras hijas”, que habrá quien la recuerde. No voy a extenderme aquí en el argumento, que tampoco me parecía tener mucho de macerador de sensibilidades, pero a pesar de todo provocó no solo suspiros en abundancia, sino lagrimones que humedecieron muchos pañuelos. Hubo otras del mismo corte y efecto que pasaron por nuestros cines, porque el momento era propicio para el lagrimeo emocional primero, y para el pseudoerotismo después, llenándose el aforo de las seis salas que tenía Orense cuando las proyecciones eran de amplitud de dulzura enternecedora o de corte sensual (ojo, no sexual). 

En el contexto de aquella filosofía de ciudad en ebullición que deseaba apertura, se veía claro en la idiosincrasia callejera que definía el ritmo de la “city”, que se promulgaban con éxito las historias que en formato de cine o novela radiada llegaban al espectador u oyente calando hondamente en él, con punzonadas de efectos dramáticos, pasionales… bordeando a veces el erotismo, pero sin cruzar la raya. Eso estaba vetado, aunque de manera tibia colocaban alguna peli más próxima al mínimo erótico, adjudicándole eso sí un riguroso 4R en la entrada a la sala para que se viera bien, y el espectador decidiera si entrar o no, al poder herir su casta sensibilidad a pesar de haberle aplicado previamente las tijeras a escenas que podían ser objeto de morbosa alteración en las mentes, léase por ejemplo secuencias de algunos filmes de aquel tiempo: “Mogambo”, “Esplendor en la hierba”, “Las noches de Cabiria”, “Orfeo Negro”, por nombrar solo algunas. Pero eso sí, nuestra ciudad no fue menos en el disfrute de lo romancesco. Podemos decir que dio muy bien el “do de pecho” en el voluntario sufrir folletinesco que maceraba las vísceras, y cuanto más mejor.

Los orensanos (que maduraban, o madurábamos, poco a poco resurgiendo de pasados bélicos), nos caracterizábamos por la simpleza, a pesar de ser moradores en un pueblo evidentemente vivo, con ganas de recuperar el tiempo perdido. Teníamos si acaso desconocimiento de valores, y estábamos deseosos de alicientes en muchas facetas que seguro los lectores de aquellos tiempos conocen bien. Los folletines entretenedores y todos los de similares características eran caldo de cultivo y se alzaban sin duda como importantes obras cautivadoras de corazones, que era lo que la gente prefería. Por eso sobre todo el cine novelesco y pasional llenaba un tiempo en que no se pensaba en otra cosa, y aunque fuera solo por ello ya no era poco. Creo también que a esto ayudaba mucho que el ciudadano de aquel entonces poseía gran dosis de casto romanticismo, a la vez de estar lógicamente  influenciado por las exageradas costumbres e imposiciones religiosas que lo entrecomillaban todo, en una época histórica muy singular. Solo trato de reflejar fielmente las características sociales de aquellos entrañables tiempos. 

Hoy resulta bastante pintoresco y no fácil de contar, porque hay que retrotraerse a la década de los 40 y 50, para llegar a entender la popular filosofía urbana de los orensanos, cuyo pueblo no estaba ausente de picardía en la calle, pero en el que por encima de todo priorizaba la impuesta moralidad sin preámbulos, en una comunidad de obligadas reglas político-sociales, hecho patente en los escasos medios de diversión y espectáculos. Imperaba, como aún puede haber quien recuerde, la prohibición de entrada en los cines a los menores, calibrando las películas con aquellas calificaciones de estricta moral, muy visibles en las carteleras con 2R, 3R, 4R, dependiendo de la previa determinación del censor. Se excluían, eso sí, las películas de humor, las comedias españoladas de corte más antiguo, así como las de vaqueros y policiacas.

Las pelis sentimentales daban sin embargo mucho pábulo a la ciudadanía, a pesar de que le ponían coto a un beso en la mejilla, o alguna frase de los protagonistas que aquellos iluminados interventores cuidadores del mantenimiento de la moral considerasen fuera de los cánones de honestidad de la escena. Pero volviendo al característico sentimental lloriqueo en las salas orensanas, aquellos filmes que nos ofrecían del género rosa de vez en cuando, ya se anunciaban con quince días de antelación en las carteleras para ir creando ambiente. Era típico también que aquella calle del Paseo de todos los orensanos (con el caché del que carece hoy), suponía el espacio de transmisión informativa de cuanto sucedía en la ciudad, y resulta que los cines acaparaban con sus críticas y elogios buena parte  de comentarios de los ciudadanos.
Me he permitido traer este pasaje característico de una época que llegó a durar tres décadas. partiendo de los 40, para que se conozca que aquello fue parte de la historia ciudadana de los orensanos, máxime cuando el cine ocupaba seguramente  la principal válvula de animación de la “city”, que a través de los géneros pseudoeróticos y otros de similar estilo se ofrecía veladamente un modelo de consumo peliculero, aunque para ello hubiese que proveerse, además de la entrada correspondiente a la sala, del cartoncillo del impuesto complementario de espectáculos, cuyo control estaba en la figura de mando del Gobierno Civil provincial y que suponía un  importe en 0,25 pts.  ¡Qué tiempos!

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