Opinión

Romería en los Milagros

La Romería a la Virgen de Los Milagros (antiguamente Virxe do Monte Medo, al pie de la Sierra de San Mamede), era una tradición ancestral con indudable arraigo en Ourense. Tenía una entidad definida, impregnada de un halo milagreiro calado en las mentes de quienes la realizaban, cuando se entendía como ofrecimiento a la Virgen venerada en el legendario santuario, en pago a la consecuencia de una determinada petición de algo relacionado con la salud propia , o en aras de una difícil cuestión personal o familiar. Bien sabemos que en Galicia son cuantiosas las romerías que se llevan a cabo con diversas significaciones, a muchos santuarios o ermitas sobre los que se asientan míticas leyendas desde siglos pasados. Por nombrar algunas cito por ejemplo el Santo Cristo de Fisterra, Faro de Chantada, O Tegra de A Guardia, San Andrés de Teixido, O Corpiño en Lalín, etc., etc., que constituyen una extensa lista con significativas peculiaridades cada una de ellas. Pero como más influyentes y cercanas a nuestra ciudad, tenemos San Benito de Cova de Lobo, y los Milagros en Maceda. Y es de esta última de la cual vamos a describir un poco como, según mis notas, precisamente se hacia el popular nocturno viaje a pie hasta el pie de la Santa.

Este comenzaba entre las ocho y las diez de la noche del día anterior a la fiesta, es decir el 7 de septiembre de cada año, partiendo por acuerdo, casi siempre del Jardín del Posío, donde los romeros componentes del corrincho se daban cita. En el mismo, viajaban a golpe de calcetín mujeres y hombres en los que concurrían las más diversas edades, que cuestionaban claro está, la duración del recorrido.

El mismo se hacía por atajos utilizando caminos carreteros, veredas o trochas, que siempre alguien del grupo decía conocer bien; pasando por Rairo, A Zamorana, As Curruxeiras, etc. para llegar a Santa Cruz da Raveda, y desde allí, a Paderne de Allariz rumbo a Baños de Molgas y Maceda ya con la aurora del día de la fiesta en ciernes. Entonces, el inanimado oscuro paisaje parecía que se reanimaba al observar tenuemente en lontananza las torres del templo; pero aún había que continuar pateando un buen rato, hasta llegar al susodicho santuario de los Padres Paúles, una vez sobrepasada la villa-cuna del que fue tan entrañable célebre Failde (el que mendigaba caldo muerno por nuestras calles), tras caminar cerca de treinta kilómetros en la oscuridad, si acaso con ayuda de algún fachón o linterna, hasta contemplar los primeros asomos del alba. Había varios posibles itinerarios que se discutían por los integrantes del grupo, previamente a la excursión a realizar, en la larga noche anterior a la susodicha fecha que era el día grande de la religiosa festividad.

El viaje de los andariegos generalmente era duro pero ameno, se cantaba, se gastaban bromas, se contaban chistes, se compartían bocadillos, se echaba un trago de alguna bota de vino que alguien solía llevar, y se comentaban los últimos chascarrillos de noticias de la ciudad. La noche daba para todo y las casi tres decenas de kilómetros también. Unas pandillas adelantaban a otras; algún romero taciturno caminaba solo. Había momentos en que en la oscuridad, la estampa de los caminantes era realmente fantasmagórica. 

Por fin aparecía el último pequeño repecho ya amaneciendo el día. A la izquierda un frondoso pinar; a la derecha un verde valle de pastos; al frente el recinto paulino, como final de la fatigosa aventura. A las cortinillas de los ojos empezaba a costarles parpadear, y los pies reclamaban un merecido descanso que aún tardaría un par de horas en llegar. Como caminata nocturna no había estado mal para quienes no tenían costumbre de tan prolongado pateo; la primera promesa estaba lograda. Ya se había llegado al santuario. Entonces empezaban los actos religiosos que completaban el sentido de la larga paseata; suponía un orgullo la asistencia a alguna de las primeras misas, de las muchas que habría en la jornada matinal. Tan temprano y ya la concurrencia en los aledaños del templo era multitudinaria. También así es hoy, pero el número de romeros descendió, decayendo la tradición; la gente acude cómodamente en coche a cualquier hora del día, asiste a los actos religiosos y se vuelven al lugar de partida. Avances de los tiempos.

Y en esas primeras horas matutinas, tras haber cumplido con los preceptos objeto de la andaina, era necesario reponer fuerzas. Para ello, en la explanada exterior del recinto no faltaban rudimentarios chiringuitos, con mesas comunes y bancos corridos, donde se podía desayunar pulpo á feira, carne ó caldeiro, etc. además del café con churros o rosquillas. Pero lo que más se valoraba sin duda era estar sentado un rato, aunque el asiento fuera eso, un común banco de madera y no estuviera precisamente muy mullido. También era usual suplir una buena cama tumbándose un rato sobre la frouma del pinar cercano.

Después, entre el sueño, el cansancio y el estómago repleto, solo se deseaba que los autocares de las empresas Gómez, Los Americanos, Gabelo y otras, que traían de vuelta al personal a Ourense, abrieran las puertas para apoltronarse en el asiento correspondiente y echar una dormitada. Eso sí, tras haber sido romero en una larga noche entre Ourense y el Santuario de Los Milagros, con el fin de asistir a las primeras misas de la madrugada. El precio de las consabidas maniotas se pagaría durante bastantes días. Pero el ofrecimiento estaba cumplido.

Te puede interesar