Opinión

Aquellos últimos carros de bueyes

Es obligado empezar con unas pinceladas de historia de los dos últimos lugares donde se fabricaban en nuestra ciudad los ancestrales “carros do país”, como vehículos esenciales para el transporte de pesadas mercancías por los caminos de la urbe y barrios periféricos, cuando aún la mayor parte de las calles eran eso, caminos terreros; pocos estaban empedrados, salvo las rúas más importantes. Esto era por 1945. Los vehículos motorizados empezaban poco a poco a aparecer flamantes por las calles. Mientras, debido a esas modernidades, decaía en los talleres la fabricación de “carros del país”. En los años de ese decenio y el siguiente, el transporte de tracción animal. portando hasta tres mil kilos de carga, que era una barbaridad, fue dejando paso a los modernos motocarros y camionetas, primero de gasógeno y más pronto que tarde de gasolina, con similar capacidad de carga. 

En la avenida de Santiago, como también en la de Buenos Aires, ya próximo A Rabaza, estaban ubicados tal vez los dos últimos talleres de “fragueiros” (mitad herreros, mitad carpinteros) con carácter artesanal, dedicados a los carros de bueyes, que satisfacían las necesidades de los profesionales dedicados al transporte, así como de los labriegos. El señor Pato, de A Rabaza vendía las últimas unidades en 1965 en la friolera de 7.000 pesetas. Cuando los primeros que había construido, por 1910, se vendían a 300 y se garantizaban hasta por 40 años. 

También “artesanaban” carretas de mulas, que en las características mecánicas nada tenían que ver con los carros de bueyes, aunque estas eran más versátiles pero con menos capacidad de carga. En otro articulo anterior hemos escrito sobre ellas, y el que creímos el ultimo carretero de esta especialidad, como fue en la ciudad el peculiar Roales, con uno de cuyos descendientes tuve ocasión de charlar recientemente. Me contó curiosas anécdotas del carretero Pedro, surcando a diario las calles de Ourense repartiendo carbón, y que yo os narraré en otro artículo.

Pero volviendo a los carros de bueyes, estos eran más pesados, más toscos y de bruscos movimientos, pero auténticos “todo-terreno”, arrastrados por una pareja de astados. Se componían de “chedeiro”, “rodado” y “xugo”, con otra serie de accesorias piezas, también de “enxebres” y raros nombres, cambiantes según la zona de la provincia.

Por Ourense rodaban dos modelos de primitivos carros, no demasiado distintos a los que se habían movido a través de Galicia hasta principios del siglo XIX. Los de “chedeiro” rectangular, también típicos de la costa no muy montañosa, menos resistentes al mal trato de los caminos, pero con más capacidad de carga; y más en el interior, en nuestra zona, los de tipo de “chedeiro” ojival y rodadura con eje móvil, es decir los que por aquí se llamaban “carro do país”, que asentaban dicho “chedeiro” sobre dos “chumaceiras”, las cuales sufrían un considerable desgaste con el giro a pelo del propio eje en tales cojinetes también de madera. Me gustaría relacionaros en este artículo las denominaciones de todas las piezas de que se compone el carro, que son muchas, así como su curioso cometido, pero no es viable por la falta espacio. Tal vez otro día.

Este tipo de carros, tanto de la costa como del interior, que no eran del todo iguales, se fueron sustituyendo por los de eje fijo, que aunque eran más complejos de construir, y su capacidad de carga era menor, resultaban eso sí más versátiles en la rodadura, ya equipados con ruedas de mayor diámetro y sólidos radios de madera. En los de carros de eje móvil, solidario a los bujes de las propias ruedas, era característico el penetrante sonido estridular sobre todo cuando circulaba vacío. Más que un chirrido era un verdadero y desagradable lamento melancólico, que se oía a varios cientos de metros de distancia. Ourense era una ciudad generalmente silenciosa, y estos estridentes ruidos se escuchaban con facilidad. Para amortiguar el “cantar” peculiar del eje, se engrasaban con jabón o sebo las “chumaceras”. Esto habría de hacerlo el carretero prácticamente a diario para el correcto rodado y el mínimo desgaste. No olvidemos que la fricción se hacia “madera contra madera”, castaño contra fresno. Por el chirriar de las ruedas de un carro era posible conocer quién era el carretero, aun estando a una distancia de varios kilómetros, así como si circulaba vacío o cargado.

Y no eran cortos los viajes de transporte que realizaban. Era fácil encontrar a un “carreteiro” de Ourense camino de Alongos a buscar un bocoy de varios moios de vino, destinado a las tabernas de la ciudad. O también transportando perpiaños para la construcción de edificios o cercados, desde las canteras sitas en el lejano extrarradio. 

Probablemente, aunque en el rural ourensano aún se mantuvieron en los “pendellos” varios años, haciendo servicio y arrastrados incluso también por vacas, lo cierto es que a modo de actividad profesional, los últimos carreteros de la urbe, según los datos que he podido averiguar, fueron O Negro y O Torres, ambos con base en el barrio de Bobadela, a quienes los veteranos del lugar recuerdan con afecto, siempre con la “guillada” en la mano. A propósito de O Torres me contaron una anécdota. Por aquel entonces, las trastadas interpersonales estaban a la orden del día, era el mejor modo de diversión, a cuenta de quien fuese. Resulta que en una ocasión, regresó cerca de media tarde de hacer transportes con su “xugada” y el carro; había sido un día de tórrido agosto y lo primero que hizo, fue echarle agua en un bidón grande para que bebieran los bueyes. Y por allí andaba Dositeo y unos cuantos más, que previamente le habían hecho un agujero al recipiente, y Torres no se dio cuenta. Este se ausentó y el bidón perdió el agua enseguida. Los “bichos” sin beber, a punto estuvieron de deshidratarse, hasta que el bueno del hombre se dio cuenta del desaguisado. No es necesario recordar los florales juramentos del titular.

Hoy apenas quedan en algún pajar olvidado unidades muy deterioradas de aquellos carros, que aunque lentamente, surcaban nuestros caminos con pesadas mercancías. Era a finales de los años 40, cuando llegaron las primeras camionetas cuyo motor se encendía con manivela. Así y todo, el adelanto tecnológico era moderno, sin duda.

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