Opinión

La mano izquierda de Cospedal

Cuando los familiares de los militares fallecidos en el Yak-42 traspasaron las puertas del Ministerio de Defensa el pasado martes, no albergaban demasiadas esperanzas de que la nueva ministra, María Dolores de Cospedal, asumiera el informe emitido por el Consejo de Estado después de catorce años de litigios y desencuentros con la cúpula militar y política del Gobierno Aznar. Se ve que no la conocen lo suficiente, de ahí su sorpresa cuando después de escucharles atentamente les aseguró que asume la responsabilidad del Ministerio de Defensa por no haber velado que se cumplieran los requisitos de seguridad exigibles. Asegurándoles a su vez que investigará por tierra, mar y aire para que se conozca la verdad y nada más que la verdad de aquel desgraciado accidente en el que perdieron la vida 62 militares españoles, cuando regresaban de participar en una misión en Afganistán.

No creo que haya dolor más grande que la muerte de un hijo, de un hermano, de un padre, cuando estos se encuentran en la plenitud de la vida. Por eso resulta incomprensible la actitud de Federico Trillo durante estos catorce años al negarse, desde el minuto 0, a consolar y pedir perdón a los familiares de los muertos en el accidente. Y lo que es peor, que siga obstinado desde su poltrona como embajador en Londres en negar lo mal que se hicieron las cosas. Una postura que pone sobre el tapete su falta de sensibilidad y empatía con las familias. Una actitud que contrasta con la comprensión mostrada por Cospedal en ese primer encuentro, al ponerse en el lugar de todas esas personas que siguen sin entender por qué quienes más deberían haberles apoyado les dieron la espalda una y otra vez. Les han humillado, haciéndoles pasar un verdadero calvario, cuando lo único que buscaban era una explicación lógica que les permitiera mitigar su pena, el sufrimiento que les ocasionó comprobar que los féretros que les entregaron no contenían la mayoría de ellos los cuerpos de sus seres queridos. 

Hay quien dice que la prepotencia impidió a Trillo aceptar su responsabilidad. Es posible, no lo sé. Ocurre, eso sí, que cuando la política se ejerce sin tener en cuenta los sentimientos, las necesidades, el dolor de la gente, falla el sistema y falla la persona. En este caso fallaron todos los que aplaudieron al ministro y aceptaron sin rechistar sus ordenes de agilizar los trámites de la repatriación de los cadáveres, a sabiendas de que los fallos fueron determinantes aquel fatídico día. De ahí el contraste entre las palabras de consuelo de Cospedal y las de aquel Gobierno que tan mal gestionó la muerte de quienes no dudaron en acudir allí donde sus superiores les ordenaron ir. 

Estoy convencida de que Cospedal cumplirá su palabra e investigará dónde fueron a parar los famosos contratos entre el ministerio y la compañía aérea que debía transportarles a España. Y si es cierto o no que miles de euros se perdieron por el camino, tal y como han denunciado los familiares. Para que de una vez por todas conozcamos la letra pequeña de aquella tragedia y se les rinda el homenaje debido a los muertos, con el fin de que los suyos puedan cerrar este desgraciado episodio que cambió sus vidas para siempre. Se lo deben a ellos y también al resto de los ciudadanos que hemos seguido con estupor los desplantes del exministro a esta pobre gente, si queremos que lo que tanto costó construir no se vaya por el sumidero de la indiferencia de quienes piensan más en su proyección política que en el bien general. Que Trillo debe pedir perdón por los errores cometidos, independiente del puesto que ocupa actualmente, es algo que nadie pone en duda, ni siquiera los miembros de su propio partido, como bien demostró la ministra en la reunión que mantuvo con los familiares del Yak-42, porque de no hacerlo le perseguirá de por vida una historia que costó la vida a 62 inocentes.

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