Opinión

Agosto también es tiempo de reflexión

Sí, en agosto, por disponer de más tiempo de asueto, se hace más propicia de lo habitual la lectura, además de más oportunidades para estar en contacto y convivir con gente diferente a la del resto del año. Y, según se van sucediendo nuevos contactos y lecturas de todas las clases, a continuación nos da pie a la reflexión y sacar conclusiones. Analicemos sólo dos secuencias, entre muchas acontecidas:

1) Te levantas por la mañana, un poco más tarde de lo habitual, te vistes con atuendo deportivo para trotar lo que uno pueda; pero, ¡eso sí!, previamente en el parque de enfrente (no fue en Ourense) corresponde hacer unos ejercicios de calentamiento articular y muscular, a través de estiramientos, flexiones, extensiones… con el objetivo de prevenir, en lo posible, patologías. 

En el parque, en ese momento, diviso solamente una señora con una correa en sus manos, que de seguro corresponde a un perro suelto, correteando de un lado para otro y semejando estar también con su calentamiento muscular. Al hacer presencia este casual y espontáneo “deportista” que escribe, se me acerca el perro y comienza a seguirme allí a donde me dirijo, olfatea las zapatillas, da saltitos para apoyarse en mis piernas… Como el animal no desiste se me ocurre abrir mis brazos hacia la señora, como insinuándole que llame al animal –además de que la correa en sus manos debiera servir para algo-, pero lejos de llamarlo vocifera a cierta distancia: “No, tranquilo; no tenga miedo, no muerde”. Les anuncio, estimados lectores, que no era tanto el temor a que mordiera, que también; sino que al levantar mis extremidades en los ejercicios pudiera pisarlo o patalearlo. El caso es que el canino continúa erre que erre sin que la señora le dé utilización a la correa, por lo que vuelvo a mirarla y ya acercándoseme, espeta, y digo ¡espeta!: “Es que hace usted unos ejercicios tan brutos –quizás quiso decir bruscos- que espanta al perro”. 

Pues… ¡bien!, me retiro del lugar para que el perro no se espante y la señora no sufra, pidiéndole perdón por el posible maltrato sicológico que pudiera haber infundido al animal y, pensando yo, que la correa sería mera decoración o para traerlo y llevarlo a su domicilio. La posterior reflexión, ya en el día después, y tras contar la anécdota a algún amigo, me lleva a una conclusión: el problema no son los animales, en este caso un perro en total libertad, son algunas personas que consideran que la normativa al respecto no va con ellas y les trae al pairo su cumplimento. Aunque, después, vengan lamentos tras los accidentes, como sucedió a lo largo del mes… Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro (se le atribuye a Lord Byron, que jamás tuvo perro). ¡Paradoja!

2) Leo en una revista semanal: “El 47% de los británicos cree que Boris Johnson –el nuevo primer ministro británico- ganará las elecciones, pero sólo el 13% le compraría un coche de segunda mano”. Esta sentencia, de la que hay que decir que es muy británica, por cierto, me lleva a ciertas reflexiones, como qué los británicos les importa poco o muy poco la catadura moral y ética de su máximo gobernante con tal de que cumpla su objetivo, cual es salir de Europa. O como se diría en términos políticos: cuando el interés general es lo que prima por encima de cómo y de quién puede lograrlo y de las posteriores consecuencias; en vez de ser los medios los que deben justificar el fin (A. Camus). O cuando, lo que no quieras para ti no lo quieras para nadie, no se cumple. Pero todo parece indicar, al menos en la sociedad británica, que el interés personal y el general no coinciden. ¿La reflexión? ¡Es política! Y estamos en agosto.

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