Opinión

La fragilidad humana

Me atrevo a escribir estas líneas tras coincidir primero con una amiga que, tras el saludo de rigor, pregunta: “¿Qué tal?”… a lo que contesto “bieeen”; responde, a continuación: “Esto es una pesadilla, ¿cuándo acabará?”. Por la mañana de ese mismo día, Cáritas Ourense transmitía en la prensa: “Nuestra situación social y económica ha elevado el estrés de las personas; intentamos aportar un respiro en sus vidas…” Meses antes, en octubre, el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para Europa avisaba de que estaban aumentado “los niveles de fatiga entre la población europea como consecuencia de la pandemia del coronavirus. Los ciudadanos han hecho grandes esfuerzos para contener el covid-19, con un coste extraordinario que nos ha agotado a todos; por ello es fácil y natural sentirse apático y desmotivado, lo cual se traduce en fatiga”. Y, hace unos días, me rencuentro con un amigo, y opinamos sobre la situación, de las consecuencias y vulnerabilidades derivadas de la pandemia…; escucho atentamente sus reflexiones: “Canto valoramos agora as pequenas cousas do día a día, o poder facer deporte sen restriccións, unha conversa cun amigo tomando unha caña, liberdade de facer o que che guste; e pensar que nun día todo isto o podes perder”.

Sin darnos cuenta estamos inmersos en lo que los expertos definen por “fatiga pandémica”, tras casi un año de esfuerzo prolongado que conduce a la angustia, como la incertidumbre de que ese esfuerzo no se corresponde con las consecuencias sanitarias y económicas en las que estamos instalados. Y, además, ante una situación desconocida, no tenemos expectativas más allá de la inmunización tras la vacunación, pero las vacunas están en terreno de no se sabe quién, de confusión, que aún hace más frustrante la espera y disminuye la confianza en las autoridades responsables. Frustración ante la fatiga y fatiga frustrante. Pero aún existen algunos agravantes más que actúan de coadyuvantes de esa fatiga, cuales son los confinamientos, que por necesarios no están exentos de efectos secundarios, al separarnos de nuestros familiares, amigos y de la interacción social, laboral y escolar. Todo se retroalimenta y ello conlleva, inexorablemente, a un caldo de cultivo propicio para el consumo de psicofármacos, tal como nos advierten. 

Claro que, también llegados a estos momentos de fatiga pandémica, no exenta de etiologías para padecerla, y a sabiendas de la condición humana a todo tipo de agresiones, tengamos razones para darnos por enterados –precisamente ahora- de lo felices que estábamos siendo cuando, súbitamente, hacen presencia la labilidad y la fragilidad humana. Felicidad de la que no éramos conscientes, pero mi idolatrado Neme encuentra la explicación en los clásicos, ya que los humanos en general, y determinados colectivos en particular, casi nunca percibimos la felicidad como tal; y por eso me recita la frase de Virgilio: “¡Qué felices serían los campesinos si supieran lo felices que son!” Sí, lo sabemos después de faltarnos lo que no percibíamos, lo disfrutábamos y no lo apreciábamos. De ahí el lamento de mi amigo en el reencuentro.

Ahora es tiempo hasta de autojustificarnos el “¡cuánto vicio tenemos!” que no pocas veces decíamos y escuchamos, durante el periodo posvacacional. Sí, el mismo que a muchos produce una sensación de tristeza, apatía o desmotivación al incorporarse a la rutina tras acabar las vacaciones. Ese trastorno adaptativo, pero de duración limitada, diferente a la fatiga de la pandemia. Hoy lo consideramos auténtica agua de borrajas en relación con lo que tenemos delante. Pero es que la fragilidad humana, cada humano con su umbral, aparece ante la adversidad y cada cual tiene una forma de defensa para intentar controlarse… La fragilidad de la condición humana se manifiesta ante la presencia de la muerte, aunque se considera que dentro de la fragilidad están presentes grandes componentes de fuerza y resistencia en su accionar. Y en la medida que reconocemos nuestra fragilidad nos ayuda a comprender nuestros límites sin necesidad de fracturarnos. ¡Salud!

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