Opinión

Qué es eso del veto

Winston Churchill sentenció: “Tras un recuento electoral, sólo importa quién es el ganador. Todos los demás son perdedores”. Aunque a la frase, como al propio discurso político de Churchill, se le puede objetar que, más allá de tal afirmación, hay infinitos matices a la hora de considerarla totalmente cierta de toda certeza. En estos días poselectorales, ya sabedores quién/quiénes, tras el recuento electoral, son los ganadores y los perdedores, se suceden sin embargo las negociaciones para configurar gobiernos, y, a poder ser, lo más sólidos y estables posibles. Porque nuestro sistema electoral distingue a las claras que una cosa es ganar en las urnas y otra muy diferente es gobernar, aunque la urna te diera ganador. Churchill era ¡inglés! Quizás sea en España, tras elecciones municipales o supramunicipales, donde más formaciones políticas perdedoras en las urnas, sin embargo, gobiernan después. Algo que usted no supiese, amable lector, a estas alturas del cotarro político.

Y Ourense no es ajena a esta diatriba. Realmente si ya sentimos como complejo configurar gobiernos, allí donde no se dieron mayorías suficientes salidas de las urnas -aunque fuera por poco-, para más inri se empiezan a atisbar otros elementos de discordia a la hora de configurar mayorías para investiduras y de gobiernos estables, entre formaciones diferentes. Para explicarlo, algo parecido a la pretensión de aprovechar que el “Miño pasa por Ourense” e intentar ponerle barreras. Lo que es lo mismo que pretender: vamos a negociar mayorías en Ourense… pero, de soslayo, ejerceremos el “derecho” a poner el veto a alguien, generalmente al más significativo –matamos dos pájaros de un tiro- que, además, ostenta la voluntad mayoritaria de la ciudadanía expresada en las urnas. Ante esto, yo, inocente de mí, pregunto en esas largas noches de impertinente insomnio, aunque de garantista lucidez: ¿la negociación es, se hace, sobre políticas o personas?

Y, ya llegados hasta aquí, me viene justo antes de la penumbra matutina, el recuerdo del “mal de España”: “El mal de España se llama particularismo”. El particularismo, en todos los ámbitos de la sociedad, propicia lo que Ortega llamó la acción directa: la imposición por parte de cada grupo de su propia voluntad, con el convencimiento de que son sólo ellos los que conocen la realidad social y también las soluciones a los problemas... Un tanto todo para nada y un fuese y no hubo nada. Cuando el paisaje somos todos, a decir de Azorín. Y, si el paisaje somos todos, todos estaremos para entenderse. 

Hasta cuándo lo político y la política no la podrán ejercer, decidida y libremente, los ciudadanos en toda o en la mayor extensión posible; y no sean los cargos públicos, con la arrogancia de responsables a distancia, los que decidan ejerciendo el derecho a veto. El veto, imposición, no es argumento para el ejercicio de la acción política. El veto es particularismo sentenciador hacia persona o personas, por sentimiento de estorbo y miedo al adversario, y que el acusador disfraza convencido de conocer la realidad y propiciar el bien general.

Sentir con los menos, hablar con los más; que el arte de política consiste en saber cuándo es necesario golpear a un adversario. Que ese golpeo nunca sea sinónimo de veto.

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