Opinión

La salud "cerebral" de los políticos

Dispongo de escasa salud mental, pero de una buena locura”, parafraseaba en plan justificativo el clásico. Ni sospechen que esta referencia hace alusión a alguien, pero sí que al caer en mis manos el libro “La salud mental y los políticos”, reflexiones de un psiquiatra, de José Cabrera Forneiro, pues me puse con el tema.

Anticipo mi antiguo argumento, repetido públicamente: se cuentan por decenas y decenas los certificados médicos de los que he tenido que dar fe y firmar sobre el estado de salud de niños para acceder al colegio; a trabajadores para entrar en el mercado laboral, ya fuera para extinción de incendios, fuerzas del orden público, etc., pero jamás se me solicitó un certificado médico para alguien con pretensión de entrar en la carrera política, ya fuera como concejal, alcalde, parlamentario o senador. ¡Y claro que sí!, siempre llamó mi atención el porqué se supone y acepta, a priori, como apto el estado físico, psíquico o mental del futuro político, sin el pertinente certificado, que sí es exigido en otros estamentos laborables. ¿O es que en política las facultades mentales adecuadas se suponen? Para mí que es mucha suposición…

En su libro, Cabrera nos recuerda que en la Roma de los emperadores, la psicología explicaba los debates en el Senado, entendiendo a los psicópatas frustrados, Nerón y Calígula, al neurótico Cómodo, o al hombre seguro de sí mismo, Julio César; o al tolerante y sereno Marco Aurelio. En la Edad Media, momento de ideas religiosas, los gobernantes tenían un control externo de su conducta por sus principios morales. Ya en la Edad Moderna, con las primeras dudas religiosas, la personalidad de los reyes se hizo notar.

Pero fue a finales de los años sesenta, cuando en EEUU se empieza a ver con preocupación la idoneidad para cargos públicos desde la pura salud mental. Así, en 1964 se puso en duda al entonces candidato a la presidencia Golwater, que presentó una querella a la prensa por exponer sus problemas psíquicos. Ganó en los tribunales pero no accedió a la presidencia. En 1972, el senador Eagleton, que sufriera crisis depresivas con anterioridad a su candidatura a la vicepresidencia de EEUU, tampoco ocupó el cargo. La preocupación por las cuestiones psíquicas en la política fue ampliamente debatida en EEUU y frustró aspiraciones.

Los hombres que gobiernan tienen una inmensa responsabilidad, por su capacidad de poder y ámbito de sus decisiones. No se quieren seres excepcionales, no los hay y rara vez se nace con esa condición, pero sí un humano equilibrado, con capacidad de adaptación al medio. Salud mental no es exigir demasiado a un gobernante. Es una exigencia de mínimos para empezar. ¿Por qué no ésta comprobación y/o exigencia? “Escasa salud mental, pero sí una buena locura”, se me antoja no válida, en aras de la credibilidad, la confianza que la ciudadanía deposita en los políticos y la gobernabilidad responsable.

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