Opinión

La sobrevaloración de la normalidad

Fue a finales de mayo del 2015 -días antes hubiera elecciones municipales-, cuando escribí un artículo en La Región titulado “La tiranía de la normalidad”. Y comenzaba, entonces el relatorio: “Ser normal está sobrevalorado; creo que lo previsible, lo ordenado, lo académico… no es territorio exclusivo de la gente normal”. Tales palabras obedecían a la machacona alusión a la normalidad con la que se había desenvuelto la campaña electoral de esas municipales del 2015: una sucesión constante y repetida de apelación a la normalidad como ingente valor político principal para el mandato que se avecinaba. Con el consiguiente disgusto, ¡claro está!, para muchos que se sentían señalados como no normales, en el marco de sus responsabilidades a lo largo del mandato. Pero ¡claro!, como se intuía –dime de lo que presumes y te diré de lo que careces-, la manida por prometida normalidad se transformó en la mayor de las anormalidades que se le podría suponer al mandato, recién finiquitado.

Menos mal que en política existe la insana costumbre de no dar cuenta, ni la petición de explicaciones, sobre el grado de cumplimiento del programa electoral con el que se acudió a la cita electoral y la consiguiente evaluación al final del mandato, salvo excepciones; pero, aun así, quedas marcado por lo muy reiteradamente prometido a los/tus vecinos y, sin embargo, no cumplido. Y si en aquel artículo, de hace cuatro años, dejé reflejado: “A la vista de los resultados deducimos que en Ourense ciudad no triunfó la ‘normalidad política…” que se le suponía, ahora, ya finalizados los cuatro años, tenemos sensaciones y, sobre todo, datos contrastados, de que el mandato 2015-2019 fue, como diría Zorba el Griego: un esplendoroso desastre… Pero como repite un amigo: “Dios nos libre dun xa foi”.

Una vez ya metamorfoseada la normalidad en manifiesta anormalidad, hay que tirar hacia delante y ver el futuro, con la perspectiva de que hemos tocado fondo y casi no queda margen para hacerlo peor. Y podrán los pactos de gobierno, ya para el mandato 2019-2023, gustar a unos y contrariar a otros, como siempre sucede cuando se tiene que recurrir a ellos. Pero la gobernabilidad debe ser el objetivo, dejando lo personal a un lado para buscar el bien común o el interés general. Porque, además, las elecciones municipales, al contrario de otras, no pueden repetirse en aras de la búsqueda de otros resultados que puedan ofrecer alternativas más entendibles. Y yo que fui, y soy, crítico con los pactos entre perdedores, a cambio de relegar la lista más votada, debo en esta ocasión explicar mi posición nada escéptica: 

1) Ante el ofrecimiento de que gobernara la lista más votada allí donde la había, pues… o no hubo respuesta y/o todo eran pegas, o, ¡cómo no!, hasta preparaban una alianza de perdedores ¡a cuatro bandas! para relegar al auténtico ganador, allí donde se había producido. 2) Como en política, la práctica del tancredismo conlleva nefastas consecuencias, pues manos a la obra y, ya que no respetan que gobierne la lista más votada, busquemos acuerdos –una demanda universal a los políticos- para la gobernabilidad compartida. Alguien dirá y critique -está en su derecho- anormalidad en el acuerdo; aunque la auténtica NORMALIDAD (así, con mayúsculas) es hacer posible lo necesario, con la menor complejidad, y esa necesidad no es otra que la funcionalidad de las instituciones a través de la realidad salida de las urnas; tal como transmitía Ortega: “Hay tantas realidades como puntos de vista; el punto de vista crea el panorama”. Lo complejo es la normalización garantista de un panorama de muchas realidades que resulte comprensible para la mayoría. A sabiendas que lo previsible, lo ordenado y lo académico no es territorio exclusivo de la gente normal. Y sólo así se entiende que, para los deseosos de la muy pronunciada normalidad, pero no traducida en hechos, ni antes ni ahora resulta previsible ni académica, ni es territorio exclusivo de nadie. ¡Ah!, en cualquier caso y consideración, la normalidad empieza por uno mismo.

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