El pasado 1 de mayo, fiesta internacional de los trabajadores y con un significado muy especial en Rusia, pues era la fiesta grande dela antigua URSS, el presidente Putin recibió un serio varapalo. Ese día, la iglesia ortodoxa ordenó desmontar el mosaico de la iglesia de la Resurrección de Cristo, más conocida por La Catedral del Ejército, construida por las Fuerzas Armadas cerca de Moscú, con una arquitectura tradicional, con las cúpulas en forma de cebolla.
La nueva iglesia debía ser inaugurada el 9 de mayo, para conmemorar la fecha de la victoria de la URSS contra las tropas alemanas de Hitler, tras una penosa hambruna y los sitios de ciudades emblemáticas llamadas heroicas, como Leningrado, Stalingrado, Moscú, Odessa o Kiev. Sin embargo, el mosaico que figuraba en el nuevo templo provocó tal polémica que fue la propia iglesia la que ordenó su desmantelamiento.
Llamado “La recuperación pacífica de Crimea”, aparecía el rostro de Vladimir Putin, acompañado de algunos de sus colaboradores más insignes, sus ministros de Defensa, Asuntos Exteriores y Seguridad, así como altos cargos militares.
Los rusos están habituados a la actitud ególatra de su presidente, a sus maniobras para perpetuarse en el poder, a la eliminación política y física de sus adversarios y a la persecución a los magnates que no se avienen a sus irregulares acuerdos económicos; así como a contiendas que responden a sus ansias expansionistas y que provocan grandes conflictos internacionales, como la anexión de Crimea, territorio que pertenecía a Ucrania. Sin embargo se han plantado ante un mosaico en una iglesia, que como se ha denunciado en diversos medios de comunicación, a gran parte de la población les parece inapropiado, irrespetuoso y un acto de vanidad innecesario en un político omnímodo que ni siquiera se enfrenta a una fecha de caducidad de su presidencia, pues ya se ha encargado de modificar leyes y Constitución.
Lo tiene todo… menos el favor incondicional de la iglesia ortodoxa.
