Opinión

Nóbel a la esperanza

El premio Nobel de la Paz concedido ayer en Oslo al primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, es un reconocimiento a la labor realizada en su país en relación con los países vecinos, pero es también un Nobel a la esperanza, a que siga por ese camino, a que logre culminar la labor emprendida y que realmente logre tanto la pacificación de su propio país como mantener las buenas intenciones que han logrado acabar con el conflicto con la vecina Eritrea, además de mantener la buena disposición para acoger refugiados de los países limítrofes que huyen de la guerra y la pobreza.  

En el año y medio que Abiy lleva en el poder ha logrado firmar la paz definitiva en el conflicto que su país mantenía latente con Eritrea, la parte de su territorio que se independizó en los años noventa y que dio lugar a una guerra entre ambos países con decenas de miles de muertos en ambos bandos. Desde que asumió el poder su norma de actuación ha sido la de fomentar la paz, y trabajar por el perdón y la reconciliación tanto con los eritreos como entre los propios etíopes. En esa dirección aprobó una amnistía que liberó a centenares de presos políticos encarcelados por el anterior gobierno, retiró la condición de grupos terroristas a los partidos de la oposición, permitió la vuelta de dirigentes políticos que se encontraban en el exilio y pese a que su partido domina el parlamento nacional mantiene una actitud democrática y formó un gobierno paritario.

En una zona de África Oriental depauperada, al poner fin al estancamiento de dos décadas entre Etiopía y Eritrea ha abierto una nueva etapa de cooperación entre los dos países. Si además se está rodeado de otras naciones que como Sudán del Sur viven una guerra civil interna después de haber logrado su independencia, y son emisores de refugiados a los que dar  cobijo, respetar sus derechos y facilitarles la estancia, no es fácil.

Por supuesto no todo es idílico. Las tensiones internas entre las dos principales tribus que habitan el país, los oromo de religión musulmana, el grupo mayoritario, y los amara, de religión cristina ortodoxa, el  segundo en importancia, se reproducen cada cierto tiempo. Los padres de Abiy Ahmed pertenecen cada uno de ellos a una de esas dos etnias en un mestizaje deseable que supera las barreras religiosas. Sin embargo hace apenas cuatro meses ya tuvo que hacer frente a un primer intento de golpe de Estado perpetrado por un general de la etnia amara.

El Comité Nobel de Noriega ha galardonado al líder etíope  "por sus esfuerzos por lograr la paz y la cooperación internacional y como forma de reconocer a todos los actores que trabajan en favor de la paz y la reconciliación en Etiopía y en las regiones del este y noreste de África".  Abiy ha llevado esperanza a la zona. Pero la concesión del Nobel de la Paz no es garantía de nada, si se tienen en cuenta los fiascos que se han producido con algunos galardonados que pasado el tiempo se han convertido en perseguidores de minorías, como la líder birmana Aung San Suu Kyi.

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