Opinión

Día de las Bibliotecas

Era una especie de pequeño sótano, sin ventanas, al que se accedía pasando una puerta de cristal y bajando unos escalones. No eran muchas las estanterías y aún había demasiados huecos. Al frente estaba una mujer con tanta ilusión, que no resultaba difícil imaginar que ese lugar, guardián de letras y saberes, iba a quedarse muy pequeño. Esa humilde biblioteca de pueblo fue, durante muchos años, uno de los lugares favoritos de mi mundo. A ella acudía para encontrarme con los libros y con la vida. Rebuscaba, los tocaba, descubría autores y palabras e imaginaba quién y por qué los había acariciado antes que yo y cuál habría sido el efecto de esas páginas sobre esos otros.

Aquella biblioteca, donde el tiempo se volvía infinito, fue uno de mis grandes lujos. Después vinieron otras: más históricas, más modernas, más bonitas, más llenas o con más luz. Pero ya no tenían el halo mágico de aquel oscuro sótano. Con el tiempo, tal vez las fui despojando de aquel propósito único: entrar en ellas por el simple placer de dejarse llevar, y las fui revistiendo con motivos más prácticos y terrenales, válidos, pero menos fascinantes.

La literatura ha fantaseado y creado bibliotecas de libros perdidos, de libros olvidados, de libros rechazados y de puertas escondidas que se abren a otras dimensiones, aunque hablando de libros, quizás nada sea del todo irreal. Pero ha olvidado escribir sobre las bibliotecas de los recuerdos. Ese pequeño espacio, en un pueblo que despertaba con ansias de cultura igual que el resto del país, se fue convirtiendo en un universo que se expandía. Aquella bibliotecaria nos hizo partícipes del fenómeno, anotando los títulos y nombres que deseábamos devorar para depositarlos en aquellas estanterías, haciéndonos un regalo impagable.

Ese minúsculo palacio de libros siempre va conmigo y con mi hambre de leer. Recuerdo repasar los lomos exhibidos, observar las portadas, abrir el libro por una página cualquiera y dejarme enamorar. No olvido la alegría de encontrar tesoros ni la decepción de otros textos. Esa biblioteca es para mí muchas cosas, entre ellas el brillo en los ojos de mi hermana pequeña cuando recibió su primer carnet de socia y ahora cómplice insustituible en el descubrimiento de nuevas lecturas. Esa modesta biblioteca fue también la puerta abierta para viajar, imaginar, comprender, saber y sentirme libre. Fue la perfecta “medicina del alma”, como dice la inscripción de la biblioteca de Tebas.

Pero entonces no era consciente de la también vital importancia social de estos espacios públicos. Son las puertas gratuitas que permiten a cualquier persona el acceso a la cultura y al conocimiento, bases esenciales de una sociedad sana y democrática. Decía Ray Bradbury: “ Sin bibliotecas, ¿qué nos quedaría? No tendríamos pasado ni futuro”. Así que feliz Día de las Bibliotecas. Mantengamos las entradas siempre abiertas.

Te puede interesar