Opinión

Blanca y berta y las soledades

“¿Qué es eso que va volando? / Sólo soledad sonando”. (Ángel González) 

Berta asoma la cabeza por la ventana para ver si llueve. Acaba de desayunar y elige con calma la hora para el paseo de hoy. Por fin puede encontrar caras diferentes a los reflejos de la suya y, desde la distancia marcada, reunir voces amistosas. Ha decidido que los encuentros los desembalará cuando pueda tocarlos con la piel y sin el miedo opresivo trepando por la espalda. En estos meses, la oscura soledad fue mudando de manera apenas perceptible en una sofocante soga hecha de apretados nudos que, con cada movimiento, se hacían más resistentes. Berta y la soledad son viejas conocidas. Se encontraron hace años y con el tiempo consolidaron una de esas relaciones a las que te vas acostumbrando al reconocer ventajas y aceptas que, quizás, ya nunca se quiera ir o que tú no sabrás dejarla marchar.

En estos días de pasillos convertidos en pequeños bulevares, de encuentros permanentes con recuerdos reaparecidos y miedos descolgados, y de soledades ya demasiado soledades, Berta comenzó a encogerse y a necesitar escapar, aunque fuese sólo por minutos, de la tóxica certeza de sentirse sola, ya sin posibilidad de huida. De vez en cuando tiene que respirar personas para mantener la loca cordura de sentirse parte de algo. No lo piensa más, se viste y sale a la calle en el mismo momento en el que, en el tercero, Blanca se asoma a la ventana para respirar como los peces cuando los lanzan fuera del agua. No importa si llueve o no, sólo necesita aire y quedarse con unos segundos de vida propia que ya es todo- piensa- menos propia. 

Ve a Berta y siente la invasión de la envidia: de la mala, la buena, la regular o la que sea. Ya no tiene dudas. En algún momento tendrá que salir corriendo porque, si no, sabe que nada saldrá bien. Descubre su reflejo en el cristal, otra vez sucio, de la ventana y se admite estar diluida entre las paredes de esa casa prisión, con carceleros involuntarios. Ya no sabe pensar, sólo puede intentar ponerse a salvo en el cruce de peticiones de pan, de gritos de peleas interminables, de preguntas, ruidos de televisión y de súplicas y exigencias, repetidas durante todo el día. Blanca comienza a encogerse y necesita huir, aunque sea sólo por minutos, hacia el silencio de estar y sentirse sola. Es una cuestión de supervivencia poder hablarse y pensar de nuevo para evitar la locura que, intuye, la espera ya al final de un algo. Berta la saluda desde el patio y respira un poco mejor. Blanca responde efusiva mientras ignora todas las voces que la reclaman desde la casa, teléfono incluido, para mantener un poco de aire. ¿Cuántas soledades alimenta un minuto eterno?

Te puede interesar