Opinión

Cristina y las mentiras

¿Qué es mentir? Dice la RAE que es “inducir a error, fingir, falsificar algo, faltar a lo prometido o decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe”. Para mi vecina Cristina es algo más demoledor. Para ella es traición, deslealtad y daño infligido con plena consciencia. A ella la mentira la hace llorar, a veces de pura pena, otras de pura rabia y las más, de pura impotencia. No logra entender el fin último de las mentiras grandes, las de las mayúsculas, las que son construidas sobre una base cimentada de movedizos principios, de menosprecios y de un desdén altivo ante las consecuencias y las cuantiosas bajas que quedan por el camino. 

Cristina está sentada en una silla de playa y sostiene en una mano un pañuelo de papel ya muy gastado que, a saber por qué, aún no se ha decidido a tirar y, en la otra, la pantalla que conecta con el mundo, aunque distorsione detalles del paisaje. Entre sollozos e hipos sobresaltados, Cristina  desmenuza la mentira descubierta por casualidad, como suelen suceder estas cosas. Un exceso de seguridad o un despiste hicieron patinar al farsante. Cristina se enfada, se viene abajo, se cuestiona y se sumerge en la incomprensión del por qué. Desde mi casa no puedo descifrar la mentira dolorosa que ha derribado a Cristina. En su desesperada conversación no sé si busca consuelo, armas o reafirmación. Pero no necesito saberlo para entender que las víctimas de una estafa sentimos el mismo desamparo porque, tal y como comprobamos cada día, no hay una ventanilla que selle nuestra reclamación con la garantía de que el deshonesto deberá resarcirnos por el estallido, en mil pedazos, de la confianza que tanto costó edificar y que ya nunca encontrará todas las piezas para reconstruirse. 

Cristina se siente frustrada y pequeña. No sabe cómo afrontar las mentiras, las de las mayúsculas, reconoce a su interlocutora que las otras, las de las minúsculas, a veces hasta pueden ser reparadoras. Mi vecina pregunta en voz baja, aunque creo que quisiera preguntar a gritos, qué necesidad había para arrastrarla, con los ojos vendados, hasta laberintos sin salidas. Se siente culpable por no haber sido capaz de descubrir las costuras de  una cuidada puesta en escena. Y también se siente cómplice por no haber sabido frenar con hechos incontestables las melosas palabras que resultaban ser trampas pegajosas difíciles de destruir. Cristina corta la llamada y piensa que hay demasiados necios ya insalvables. ¿Cuál puede ser la satisfacción de sembrar resentimiento con una historia, tergiversada a conciencia, cuya recompensa será el desgarro de otros? Hay preguntas de las que es mejor no conocer las respuestas exactas, para que creer en otro futuro sea posible. Miro a Cristina y pienso si ella habrá mentido alguna vez con mayúsculas. 

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