Opinión

El disputado café rogado

Es un juego fácil e infantil. Coges una palabra y la encajas bien en la boca: en el paladar, las mejillas… y la repites sin parar. Una vez, diez, veinte o cien. Tantas como sean necesarias para que sea como uno de esos chicles gastados que intentábamos que una amiga reutilizase, aunque lo que queríamos de verdad era escupirlo. Ya no tenía sustancia, como esa palabra repetida que empieza a sonar ajena, irreconocible. Entonces dudas de si ha existido, dudas de su pronunciación, de su significado y hasta de cómo se escribe. Y ahí acaba el juego, justo cuando empiezas a pensar que a lo mejor la has inventado tú. Es un juego tonto, una manera de que pase el tiempo sin tener que mirar las telas de araña de las esquinas. Aunque también es una manera inconsciente de no olvidar que las palabras pueden no ser eternas y que, al repetirlas sin sentido, pueden desaparecer dejándonos huérfanos de historia y de vida. Hagamos la prueba con, por ejemplo, rogar. La solemne Academia dice que es pedir algo a alguien como gracia o favor. Rogar, rogar, rogar. Después con voto, ese derecho que dice el artículo 23 de la Constitución que tenemos la ciudadanía. Voto, voto, voto. Y luego las unimos, rogar voto o voto rogado y veremos que la Real Academia de la Lengua y la Constitución, hayan jugado o no, no reconocen esa unión de palabras, porque simplemente no puede existir. 

Aún así, desde el 2011  lleva la emigración española -ahora ya españoles residentes en el exterior, que arrastra menos connotaciones dolorosas y suena más a nuevo- intentando deshacer esa unión en una justa reclamación de su derecho pleno a votar. Once años ha tardado el Congreso en  escupirlas y en reconocer que rogar y voto en una democracia no pueden ir de la mano. Once años llevan los y las emigrantes reclamando que se levanten los obstáculos que convirtieron su participación en las elecciones autonómicas y generales en una carrera imposible de ganar. Qué olvidados se han tenido que sentir, porque más de una década es demasiado tiempo para sentir que alguien te escucha. 

Volviendo al juego, los partidos políticos han debido de practicarlo también mucho. Porque, entre otros, los dos mayoritarios en el Parlamento en aquel 2011, el PP y el PSOE, votaron a favor de ese voto rogado, aferrados al argumento de evitar fraudes electorales. Los mismos que ahora se felicitan por haberlo eliminado, como si nunca hubiesen sido culpables de ese agravio comparativo a la emigración. Qué pronto olvidamos quienes somos. Cómo hemos jugado a repetir la palabra emigrante para que se diluyera y desapareciera como realidad doliente. Cuánta historia impagable desperdiciamos, con lo necesario que es conocerla. Por nosotros y por todos y todas las que se fueron.

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