Opinión

El patio de micasa. Juan

El patio de mi casa es particular…La canción infantil resuena en mi cerebro una y otra vez y me lleva muy, muy lejos. Aterrizo en los años que echo tanto de menos. Años exentos de miedos, de inseguridades, de dolores. Años que olían a meriendas, a lápices recién afilados, a días estrenados con ganas. Años con sabor a vivir sin riesgo o, tal vez, con todos los riesgos del mundo, pero sin quedarnos paralizados ante el vacío. Y no, no pienso aún en este virus, si no en algo más imprevisible: la propia vida. Esa que pasa como animal rabioso dando mordiscos y zarpazos, algunos de los cuales son imposibles de esquivar y, al mismo tiempo, concediendo abrazos y sueños, algunos de los cuales se pegan a la piel para, tal vez, curarnos un poco más tarde. En realidad, aquel patio particular que se mojaba como los demás nunca existió. Sólo era calle, esa que ahora tanto añoramos. Los tiempos son nuevos, impredecibles, inseguros. Ahora, desde el nuevo patio de mi casa vislumbro micro universos desbordantes de historias que, con esta impuesta cuarentena, puedo escuchar, ver o imaginar. Siento los latidos de los corazones, las respiraciones y escucho las palabras y los silencios. Es la vida que sigue palpitando con fuerza, aunque un poco más invisible, un poco más sola.


Juan vive en el segundo izquierda del bloque central con dos hijos y su mujer. Parado de larga duración y un poco más allá de los cincuenta. Hace un mes una entrevista de trabajo, que hace ya años dejó de contar, salió bien. Les costó días creérselo, a él, a ella y a sus dos hijos adolescentes. Todo cambiaba. Trabajó cuatro semanas. Empezaba a recuperarse a sí mismo. Se atrevía a mirarse al espejo otra vez, a ver el partido en el bar, a contestar en su móvil al grupo de compañeros en el que se vio incluido a partir del tercer día, a esperar con ilusión el principio de mes para cobrar su nómina. Se atrevió a sentirse vivo de nuevo y todo saltó por los aires. El virus lo mandó de nuevo para casa. No sabe si volverá a trabajar. Su empresa es pequeña y él ha perdido la esperanza entre los escombros de su nuevo presente. Lo escucho desde mi cocina vagar por su balcón más allá de la medianoche. No fuma. Por eso sé que simplemente mira hacia el vacío sin saber a quién exigirle cuentas. Espero que pueda resistir. Su mujer lo reclama desde dentro. “Hace frío”, le grita. Él se encoge de hombros. No entrará hasta pasada una hora. La impotencia de verse de nuevo perdedor le hace sentirse inmune. Paradoja de la vida.
Pienso que este nuevo patio , ahora como entonces, tampoco existe. ¿O tal vez sí? 

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