Opinión

El tribunal de Alberto

"Tal vez hay una bestia.... tal vez solo somos nosotros" 

(El señor de las moscas. William Golding)

Es domingo, aunque ahora ya todos los días son domingo o lunes o, sencillamente, días que han perdido el nombre, aunque puede que, desde siempre, el domingo ya fuera martes y el viernes, miércoles, sólo que no lo sabíamos. Mientras me preparo un aperitivo, veo al vecino del sexto asomarse. No sé calcular su edad. Diría que ni demasiado joven ni demasiado mayor. Lo sitúo entre la excusa de la inexperiencia para cometer errores y tropezar y la justificación de los años para mantenerse inamovible en unas certezas que el mundo se empeña en debilitar. Nos  cruzamos muy poco en la otra vida, la anterior al encierro, no hubo necesidad de saludarnos, apenas nos hemos reconocido. Conozco su nombre porque alguien, desde dentro de su casa, lo llama para comer, para preguntar, para contarle. 

Alberto se ha autoproclamado, desde ese balcón del sexto A,  guardián insobornable de nuestro buen hacer vecinal. Ese vecino hasta ahora tranquilo y, en cierta manera anodino, ha mudado de piel.  Ahora es la inquietante voz justiciera que, desde una creciente fortaleza, grita palabras insultantes a quienes intuye que no cumplen las normas y que arroja una intolerancia delirante a trabajadores a los que teme, que no son más que sus vecinos de siempre. Intento descubrir en esa cara amable, que asoma en la  tranquilidad de  su casa, desde dónde nace ese veneno que pervierte la realidad y qué clase de resentimiento es capaz de retorcerse para resurgir como una verdad limpia y única.  ¿Qué le ha pasado a este vecino que en las reuniones de comunidad mostraba un talante conciliador y respetuoso? Tal vez, como asevera el principio de Ockham “la explicación más simple es la más probable”. Y la respuesta sea que, sencillamente, siempre fue así, sólo que aún no se le había brindado la oportunidad para destaparse y tal vez ni siquiera él sabía aún quién era. En estos días complejos, algunos patios se han  reconvertido en tribunales de excepción y han surgido vecinos que se han sentido autorizados para ejercer como jueces implacables, sin otorgar al reo derecho a réplica. Peligroso abismo al que algunos han querido asomarse sin anclaje seguro. Alberto le habla a su perro con una ternura infinita. Es la misma voz que, con cierta crueldad, dicta desconcertantes sentencias desde su balcón. ¿Qué pasará con los Albertos cuando se abran las puertas? ¿Volverán a camuflarse en una gama de grises o avanzarán con pasos firmes? ¿Y qué harán los patios de vecinos? ¿Cerrarán las ventanas para no oír o hablarán más alto para enmudecerlos? El mundo nunca será el mejor de los mundos, pero tal vez merezca la pena intentarlo. Con o sin pandemia.

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