Opinión

La decisión de Sara

Hay días lluviosos, independientemente del día que amanezca. Hoy es uno de ellos. Me levanto con cansancio acumulado de no hacer nada y de mantener una tensión permanente que ya comienza a dejar huella. Ni tan siquiera abro la ventana. Sólo echo una rápida mirada, a través del cristal, hacia el patio o casi hacia la nada porque apenas me detengo. Aún así cuando estoy a punto de volver hacia la cama descubro otra silueta, juraría que en mi misma posición y con mis mismas ganas de afrontar el día. No la distingo muy bien, pero aún así sé que se trata de Sara. Noto su derrota y su intranquilidad ante el futuro. Esta tarde, ahora caigo en la cuenta, ella debería estar de fiesta. Esos nervios que no la dejan un segundo de calma deberían ser por otras razones: por saber si vendrá mucha gente, por tener suficiente comida, porque todo quede bonito, porque guste, porque mañana y pasado y al otro sean días de venta y de clientes ganados y afianzados con el buen hacer. Pero nada de eso sucederá esta tarde. Sara seguirá tumbada en el sofá ante el complejo dilema de qué hacer en el presente más inmediato. Sabe que su margen de maniobra no es excesivamente grande, más bien diría que es muy pequeño. Ese negocio que hoy abría sus puertas era mucho más que su sueño, era y es el único modo que conoce y tiene a su alcance para vivir. Ahora deberá mantenerse en una desesperante espera que se suma a las demoras acumuladas por obras alargadas, excesiva burocracia o créditos con concesión pendiente. 

Sara acumuló durante meses agobios, prisas y deudas que hoy debían comenzar a disiparse. Al cambio deberá afrontar subidas para las que no está equipada y pagos para los que no tiene bolsillos.  Tendrá que decidirse tarde o temprano por mantenerse sobre la ola mientras dura la tempestad, corriendo el riesgo de ser tragada para siempre, o por mantenerse a distancia en la arena, observando cómo todo lo suyo es engullido por un mar salvaje. 

Se encoge en el sofá y hace un rápido repaso por cómo fue construyendo sólidamente este su proyecto de vida. No hace cuentas sobre el esfuerzo y el dinero invertido, sobre la rentabilidad analizada, sobre los estudios de mercado. Nunca le gustaron las matemáticas. Los números no acumulan el valor de un sueño, de una ilusión y de un futuro, aunque tienen el poder de destruirlos. Aunque hoy, como es un día lluvioso, no quiere pensar en ello. De pronto reaparece en la ventana lista para la inauguración de su negocio. Ha dejado en el suelo el pijama. Es su último gesto de resistencia antes de la última decisión: seguir o cerrar. No lo tendrá fácil.

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