Opinión

La familia en 70 metros

(“Confinamiento: acción de Confinar. Confinar: recluir algo o a alguien dentro de límites”. Definición de la Real Academia de la Lengua)

He descolgado la ropa y la he tirado sobre la cama. Se quedará allí durante días. Es una costumbre que me niego a cambiar, por mucho que las horas libres se me acumulen. Aprovecho para asomarme al patio y coincido con Mercedes que limpia frenéticamente los cristales, como si se le fuera la vida en ello. En algo hay que ocuparse. En la ventana de al lado, que calculo es la sala, está asomado su yerno Carlos. Fuma lentamente intentando disipar el aburrimiento en cada bocanada. Esta semana está de vacaciones forzosas. Mientras ofrezco un tímido saludo con la mano a Mercedes, rastreo dónde estará el resto de la familia. Pilar puede que esté pegada al ordenador cumpliendo con su trabajo o escapando de la monotonía del día repetido y Pedro estará jugando o molestando a su hermano mayor Pablo, que exhibe el gesto huraño que no ha abandonado desde que comenzó toda esta realidad irreal. 

Vivir cinco vidas a la vez en un piso de apenas 70 metros cuadrados es una gran hazaña, no sé si bélica, pero hazaña heroica, sin duda. Las paredes son demasiado frágiles y porosas. Las conversaciones se deslizan desde una habitación a otra y hay que ser prudentes con los reproches, las dudas, los lamentos y los besos, porque la intimidad es ahora una gran plaza pública en la que los cinco componentes de la unidad familiar están constantemente presentes. El piso no estaba preparado para convertirse en un búnker de supervivencia, ni tampoco sus habitantes. Imposible planificar el desconocimiento. Los días van desenterrando los riesgos de que la extremada proximidad salte por los aires. Las chispas al contacto son cada vez más numerosas e incendiarias. Mercedes, Pilar, Carlos, Pablo y Pedro se esquivan a la vez que agradecen estar juntos. Son tiempos de paradojas, de querer y no querer, de agradecer y maldecir, todo al mismo tiempo. Y de miedos que no quieren ser contados. 

Se cruzan por los pasillos, los hermanos se pelean por conquistar unas horas propias en su habitación compartida, Carlos y Pilar intentan mantener el timón y una suave autoridad y Mercedes se consuela con la cocina. Todos se sienten un tanto ahogados, con una sensación claustrofóbica que se va expandiendo por el piso, tan lejos de esas casas gigantes con jardín que, desde la televisión, nos exhiben la ilusión de lo fácil que puede resultar estar encerrados. Se esfuerzan por mantener la normalidad sin caer en una demencia transitoria. Intentan llegar hasta sus propios pensamientos, esquivando el choque frontal de cinco cuerpos que se cruzan en 70 metros cuadrados. Nunca tan cerca y a momentos tan lejos.

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