Opinión

La guitarra de Jorge

“La guitarra en el ropero todavía está colgada, nadie en ella canta nada ni hace sus cuerdas vibrar…” (Tango “Mi noche triste”, 1917)

En mi patio, el silencio se ha adueñado de las primeras horas de la tarde. Jorge, el vecino que, desde su ventana abierta, compartía las notas compuestas con mimo sobre su guitarra, no se deja oír. Durante semanas nos permitió asomarnos a los entresijos del proceso creativo de una canción, haciéndonos olvidar por momentos este encierro mental que ha comenzado a robarnos la cordura. Jorge nos soplaba al aire músicas que nos cerraban los ojos y nos hacían volar - como el polvo de hada de Campanillahacia el País de Nunca Jamás para sentirnos niños eternos. Ahora impera el silencio. Jorge lleva varios días en pijama con expresión ausente y sin tocar la guitarra. Me había acostumbrado a seguir sus tachaduras en un folio garabateado, a observar sus dedos acariciando la guitarra, a verlo arrastrar una y otra vez los mismos comienzos, a introducir variaciones, a repetir, a descartar, a recuperar y a desesperar.

Ver a Jorge trabajando era una manera reconciliadora de seguir esperando. Mientras la música continúe, pensaba, todo saldrá adelante. Pero ahora se ha callado. ¿Qué vamos a hacer con el silencio ensordecedor? Puede que sea una pequeña crisis o puede que sea la manera desesperada de exigir su lugar. ¿Y si los Jorges deciden dejarnos sin bandas sonoras? ¿Y si pintores y escultoras detienen su mirada sobre el mundo y dejan de crear obras que nos conmueven? ¿Qué pasa si de pronto nadie nos escribe para contarnos los secretos de las almas que nos empujan a conocer y reconocer? ¿Y si el cine o el teatro renuncian a ser y no hay quién interprete las historias que nos han traído hasta aquí? ¿Y si nadie quisiese danzarnos la vida o capturarnos los instantes? Si el mundo perdiera los colores y fuéramos ya sólo y para siempre unos hombres grises, ¿sobreviviríamos?

Jorge se ha asomado desganado a la ventana: Hoy tampoco tocará la guitarra. Está agotado. Ya no le quedan recursos para hacer entender a tanta gente, demasiada, que si la cultura enmudece, el mundo dejará de respirar. Mira de reojo ese viejo tesoro lanzado sobre la cama y lo añora. El fantasma del bloqueo se está haciendo fuerte y la música está sepultada bajo los escombros de un futuro desmoronado. Sin perspectivas de ingresos ni de contratos, Jorge no puede componer. Se asfixia ante las facturas por pagar y ya no quiere regalar más canciones. Está enfadado. La cultura no es un pasatiempo superfluo sin valor, es el resultado de un duro trabajo, camuflado en envolturas deslumbrantes, que nos hace avanzar. Jorge imagina el patio como un gran escenario y llora. No quiere rendirse, pero tendrá que subsistir de alguna manera.

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