Opinión

La salud mental

A veces pasa. No sabes cómo y ya estás montada en la montaña rusa sin haber comprado billete. La velocidad con la que subes y bajas por esos recorridos sustentados en el vacío te encoge el estómago, vuelve infernales las palpitaciones, atrae las náuseas y hace que pierdas el control, entre risas nerviosas y llantos desesperados. Esa montaña rusa, temida e indeseada, es un gran monstruo.

Los números, tan fríos ellos, no pueden transmitir los sufrimientos, los insomnios, los terrores y la sensación de no poder más. Pero, aún carentes de palabras, nos descubren muchas cosas. Nos acaban de decir que una cuarta parte de la población española padece depresión y que un 17,48 por ciento tiene ansiedad. Nos cuentan que, en tan sólo cuatro años, los jóvenes atrapados en estas funestas tinieblas han crecido casi un diez por ciento (del 6,2 al 15,9).  Los números no explican, porque no saben, las causas que empujan cada vez a más viajeros a subir a esta montaña llena de desesperación. Ellos no señalan, porque no pueden, cómo parar el viaje a los infiernos. 

Pero nosotros sí, nosotros sabemos. Tenemos los conocimientos para socorrer a las personas enfermas que viven en permanente inquietud en esa montaña rusa, amedrentadas porque no son capaces de ver la salida. Nosotros podemos, al contrario que los números, aportar las herramientas necesarias para ayudar a salir de esos pozos tan reales. Herramientas que nunca pueden ser, porque son hirientes, llamadas a subir el ánimo, consejos sobre qué hacer o frases hechas, que son sal sobre la herida, sobre las cosas buenas que tenemos que agradecer o los requisitos que no cumplimos para la pena más profunda. Las únicas herramientas que sirven son, en realidad, sólo una: una atención médica de salud mental digna, eficiente y con personal suficiente y cualificado.

Resulta decepcionante ver que en el 2022, en lugar de estar trabajando en la mejora de un Plan Nacional de Salud Mental, nos encontramos en el punto de partida que creíamos superado. Ese desde el que tantos y tantas batallaron para tener una sanidad pública y universal que creíamos imbatible. 

Estamos de nuevo en la casilla de salida, exigiendo lo que ya teníamos: una atención sanitaria PÚBLICA que, no olvidemos, no es gratuita. Porque la pagamos todos, como no podía ser de otra manera, con nuestros impuestos, para que nadie nunca se quede atrás por falta de recursos. Y en este retroceso intencionado y económicamente muy beneficioso para unos pocos, la salud mental permanece en la cola del furgón. 

Aunque haya intereses para hacernos creer que es cosa de débiles, fracasados o vagos, no olvidemos que nadie está libre de poder amanecer en la montaña rusa. Y todos querremos entonces que alguien nos baje de ella para seguir vivos.

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