Opinión

Las flores de rosa

Rosa tiene, con toda seguridad, el balcón más bonito de todo el patio. Está lleno de flores. Las cuida con un mimo extraordinario, regándolas lo justo para que no se sequen ni se ahoguen, limpiándolas de hojas mustias y haciéndolas brillar desde sus tiestos. No lo sabe, pero el resto de vecinos le agradecemos este minúsculo jardín que, de alguna manera, nos mantiene viva la primavera que este año no ha sido. Rosa acude a la cita con sus geranios, sus azucenas y sus petunias generalmente a media tarde, y estoy convencida de que susurra palabras de amor. Pero es sólo una suposición, desde mi ventana no la puedo oír. Sea cual sea el secreto que guarda mi vecina del primero, las plantas crecen generosas y agradecidas buscando el sol. Cuando se queda abstraída, mirando fijamente esas flores cuidadas, sé que piensa en su nieta, porque algo se nubla en ese pequeño oasis casero. Rosa sólo la conoce como la fría imagen que, reflejada en una pantalla, se abre cada día para que no la añore tanto y pueda ir tirando hasta el momento de abrazarla. 

Durante ocho meses fue dibujando cada segundo en un lienzo blanco, acariciando todas las noches los dedos de las manos y, al despertar, fue repitiendo, en voz baja, el nombre de Alba para hacer boca, para fijarlo. Así que el encierro fue mucho más que un golpe de cerrojo a la libertad de salir y encontrarse: la obligó a digerir, en la soledad de una casa preparada para las flores de color, que la bienvenida a la recién llegada fuese de plástico. 

En su habitación, en una esquina del armario,  guarda la bolsa con el último regalo: una chaqueta azul cielo con dos grandes amapolas sobre la espalda. Probablemente no la ponga nunca. Se quedará pequeña antes de que pueda dársela, pero ha decidido que la conservarán como símbolo de unos tiempos nunca imaginados, para recordarle a ella, a su Alba, que todo puede suceder. Rosa acumula las ganas de encontrarse, de poder disfrutar del olor a bebé que hace que todo parezca posible y de tocar esa piel suave que hace que nada parezca inalcanzable. Tendrá que esperar, no sabe cuánto, pero siempre será demasiado. Hoy ha escuchado voces infantiles en la calle y ha tenido la tentación de cambiarse los zapatos y echar a correr hacia la otra punta de la ciudad para tocar el timbre de la casa de su hijo y, saltándose cualquier norma y asumiendo todos los castigos, besar a la pequeña, a la que ni siquiera ha oído llorar todavía. Sale hacia sus flores. De momento, mantendrá la cordura, susurra sonriente mientras las riega con tranquilidad. Y desde la distancia, juraría que todas la han contestado. 

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