Opinión

Las manos

La gran artista Louise Bourgeois dijo: “No soy lo que soy, soy lo que hago con mis manos”. Y pienso que eso somos todos. Que las manos nos definen en cualquiera de sus lados: el que se oculta y el que se ve. Las mismas que acarician la cara de un ser querido pueden, horas después, golpear duramente a un semejante. Las manos que dan de comer pacientemente a sus hijos pueden ser las que tiren el pan delante de un necesitado. Las que, con destreza, manejan un bisturí para salvar una vida, bien podrían, en otro momento, empuñar una navaja para herir o matar. Esas manos que amorosamente se deslizan por el cuello del otro, en cualquier instante pueden ser férreas tenazas que cortan el aire hasta estrangular. Las mismas manos que disparan, después tocan emocionantes piezas. Las que escriben poemas al levantarse por la mañana pueden, sin temblar, firmar al mediodía sentencias de muerte. Las manos que nos sujetaron fuertemente para impedirnos caer pueden empujar, al mismo tiempo, a otros hacia el abismo. Las manos, como dice Bourgeois, definen quienes somos o quienes podremos llegar a ser. Y ese es su lado oculto.

Pero también son una inevitable carta de presentación. Sus manchas, dedos un tanto torcidos, su desgaste no dejarán duda de que el tiempo nos ha pasando por encima. Las heridas, las durezas contarán a los demás que son la herramienta de un trabajo físico. Las uñas mordidas, sangrantes, dirán que a veces no somos capaces de controlar nuestras ansiedades, nuestros nervios y nuestros miedos. Y ese es su  lado visible, el que los demás perciben, aunque lo maquillemos o lo adornemos. 

Esas manos son las que también, con más frecuencia, muchas personas se empeñan en lavar en público para, como Poncio Pilatos,  decir: “Inocente soy; allá vosotros”.  Y así seguir cometiendo auténticos abusos y desmanes culpando siempre a los demás. Si una ciudad se derrumba porque ya no soporta el abandono al que es sometido por sus gobernantes, estos dirán que la culpa es de quienes la habitan. Si la cultura se cierra y todo se vuelve más oscuro porque una persona decide que así sea, cuando se pidan explicaciones, se lavará las manos, quién sabe si en un parque acuático, y señalará a “esos subvencionados culturetas que no saben hacer las cosas”. Si un casco histórico, seña de identidad de una urbe, es invadido por coches, pintadas, suciedad y ratas, el responsable del desastre, con las manos en agua, apuntará hacia miles de direcciones responsables. Y así se nos van los años, permitiendo que el causante nos diga “allá vosotros”. Y a lo peor, es que a lo mejor en parte tiene razón, y de algo sí seamos culpables: de dejar que se lave tanto las manos.

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