Opinión

Las patrias

A veces me pregunto  cuál es la patria correcta que debemos asumir, si es que eso existe. La Real Academia de la Lengua habla de: “1. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos/ 2. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido”. Dos definiciones que no hacen más que abrir un inmenso y vasto territorio en el que caben infinitos interrogantes. 

¿Es el lugar en el que naciste? ¿El sitio que te vio crecer? ¿Puedes tener entonces, más de una patria? En caso afirmativo, ¿cuántas? ¿Dos, tres, cien? ¿Son todas igual de importantes? ¿Igual de permanentes? ¿Igual de válidas? ¿Es la patria un espacio engalanado con banderas que se llevan sobre el pecho, mientras resuenan himnos que casi siempre hablan de bélicas batallas pasadas? ¿Es la patria una pura abstracción que busca crecerse frente al otro y que algunos usan para sembrar diferencias irreconciliables?

Si atendemos a la institución académica, fundada en el año 1713, los vínculos afectivos también hacen patria. ¿Pero quién mide o determina esa afectividad? ¿Quién o qué está legitimado para aprobar o denegar una patria de afectos? ¿Dónde estarían las fronteras? Sería una  patria hecha de olores y sabores que te dan la vuelta, de caminos recorridos en tantas estaciones del año, de casas habitadas, de músicas y bailes, de colores. Una patria llena de personas que nos hemos querido, de las palabras en las que nos hemos entendido, de sonrisas, de complicidades, de manos que sujetaron. No sería nunca una una patria de vínculos de lucha, salvo la que la propia vida  plantea, ni una patria de supremacías arrogantes, ni de “muero o mato”. La vida te enseña que puedes tener muchas patrias,  que puedes perder algunas en el camino y encontrar otras sin que pase nada, porque a eso se le llama vivir. 

Mi patria son las mujeres afganas, que lloran desesperadas porque, una vez más, les roban el derecho a saber, a ir a la Universidad, a un futuro… Son esas mujeres, obligadas de nuevo ante nuestra mirada ausente a portar  el velo que las vuelve invisibles,  que pierden  la esperanza de poder estar vivas. No es la única ni es nueva, es una patria que se añade a otras que acojo, a veces demasiadas. Entre las que rechazo, están las patrias construidas sobre nuevos dioses, nunca diosas, subidos a  altares que acaban siempre salpicados de violencia, de confrontación y de dedos acusadores. Dioses que siempre están demasiado lejos y fieles siempre demasiado devotos. Son patrias que no interesan.

Y después está la única patria permanente, como bien decía Arcadio Buendía: “Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo tierra”.

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