Opinión

Las pequeñas cosas

El libro “El dios de las pequeñas cosas”, de la escritora Arundhati Roy, describe cómo las pequeñas cosas influyen en la vida de las personas. Pocas verdades hay tan absolutas como ésa, aunque tendemos a olvidarlo. Probablemente porque, sea cual sea la marmita vital en la que nacemos, recibimos insistentemente un mensaje: La felicidad sólo es, si es absoluta. Pero eso casi nunca sucede, lo que provoca muchas de nuestras infelicidades.

Perseguir incansablemente una dicha definitiva, que interesadamente nos han inculcado, hace que ignoremos esas pequeñas cosas que conforman la vida y que son las responsables de pequeñas felicidades, nada grandiosas pero mucho más deseables. 

Un mal día puede ser un poco más luminoso si alguien aprieta ligeramente su mano sobre nuestro hombro o nos ofrece un buenos días sonriente. Esa manta que alguien echa sobre tu cuerpo cuando te has quedado dormida en el sofá o ese abrazo de la persona correcta en el momento justo, es suficiente para saber que ese es tu hogar feliz, sin necesidad de fuegos de artificio. Felicidad es ese regalo que recibimos sólo porque alguien ha pensado en nosotros y que siembra un recuerdo importante para siempre, sin que tenga que ver con el dinero y menos con la ostentación. El tiempo que pasamos con las personas que nos importan, que nos levanta el ánimo porque simplemente nos escuchan y nos miran a los ojos, no requiere de coloridas puestas en escena. La inmensa soledad de tantas personas puede volverse menos dolorosa con una simple llamada telefónica, por breve que sea, y no necesita espectaculares bandas sonoras. 

Son las pequeñas cosas cotidianas las únicas que tienen el poder real de hacernos sentir mejor, de consolarnos en las penas más grandes, de empujarnos a seguir caminando aún cuando estemos agotadas, de arrancarnos sonrisas aunque zozobremos en una  incertidumbre angustiosa o de hacernos sentir bien porque sí. 

A pesar de ello, la mayor parte del tiempo competimos en una carrera absurda por intentar alcanzar el todo, sin saber ni siquiera qué significa eso. Nos han contado que disfrutar del camino es perder el tiempo. Que lo único importante es alcanzar grandes metas, pese a que no sean las nuestras, para ser personas felices, aunque en realidad eso nos convierta en seres tristes e inseguros. 

Y como ejemplo metafórico aquí tenemos la Navidad, donde lo importante es “más”: El árbol más alto, la estrella más grande, el alumbrado más madrugador. Una competición disparatada y a veces ridícula ¿De verdad eso hace las navidades más alegres y más creadoras de ilusión? Creo que, como en la vida, son nuestras pequeñas cosas y las personas que queremos, estén o no, las que hacen que los días merezcan la pena y nos generen ganas. Deberíamos tenerlo más en cuenta, si las luces no nos deslumbran.

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