Opinión

Los cafés de Irene

“-¿Cómo vas a hacer el café en la oscuridad? -No sé- dijo la Maga, removiendo unas tazas. Antes había un poco de luz”. (Rayuela. Julio Cortázar)

El olor es irresistible, envuelve todo el patio y consigue que cada uno viaje a lugares escogidos. Hace tiempo que no estaba presente y hoy ha emergido desde la casa de Irene, que ha recuperado su vieja cafetera del fondo del armario, reemplazada hace tiempo por cápsulas de latte machiatto o volluto. Ha estrenado un café brasileño, regalado hace un año por un viejo amigo que no ha vuelto a ver desde entonces. Ha inhalado fuertemente, mientras el agua se iba tornando oscura tras pasar por el filtro blanco, y se ha vuelto a encontrar en el antiguo rito de un café sin prisas, que hoy ha sentido la necesidad de recuperar. Es consciente de que el sabor no responderá todavía a las expectativas del inconfundible aroma de confesiones en voz pausada. Lo ha hecho pensando que sólo falta un día para retomar, a sorbos pequeños, la ansiada rutina que llevará consigo en una pequeña mochila, mientras vuelve a disfrutar de una espuma moldeada como corazón inacabado.

Irene ha sentido hoy la urgencia del regusto a café caliente que mañana la colocará, eso espera, en el mundo parado para tomar aire y distancia. Confía en no olvidar la sensación de pérdida irreparable que acumuló en estos dos meses, y haber aprendido a saborear con fuerza los momentos de café que son mucho más que un café. Irene no desaprenderá que son el anclaje perfecto a la realidad y también el desvío protegido hacia caminos proyectados. Escribirá que esos cafés, a pequeños tragos, transforman las mañanas que parecen iguales cuando empiezan, en mañanas especiales, después de palabras lanzadas a bailes improvisados. Irene había olvidado todo eso entre las rutinas que, entonces pensaba, no podrían ir a peor y que la alimentaban con deseos de girar ligeramente sobre los pies, ya de plomo, para moverse como una bailarina que escapa de la caja de música, si eso fuera posible.

Irene se ha dado cuenta ahora de lo mucho que necesita esos cafés para ser amiga, para poner el broche final a un acuerdo, para mirarse a los ojos, para conocerse, para descansar, para comentar la última película, el último libro, la última obra o la última compra, para despejar dudas, para ofrecer consejos, para aligerar enfados o para encontrarse, nada menos. Coge la taza del café recién hecho entre las manos y cierra los ojos. En el patio todos sentimos el calor. Ojalá grabemos en la memoria el frío padecido por las relaciones perdidas, para no desperdiciar el calor de las que están por llegar. Desde mañana nos confesaremos adictos a la cafeína de los encuentros, sin deseo alguno de rehabilitación.

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