Opinión

Los límites

Ya pasó. Terminaron las luces, las músicas navideñas, las cartas, los belenes, y algunos excesos que sólo se dan en estas fechas, como los empalagosos y siempre excesivos falsos deseos de amores y paz. Ahora toca seguir. Y aunque lo suyo sería tener un tiempo de silencio para hacer bien algunas digestiones, olvidar esos contactos recuperados sólo para reenviarles memes virales, y disfrutar de algo de calma, la prisa por celebrar el Entroido no lo va a permitir. Tenemos que ir deprisa, deprisa, de fiesta en fiesta. No vayamos a tener tiempo para pensar.

Reconozco que la navidad no me gusta. Da igual las razones, son variadas. Una de las cosas que más rechazo me producen son los mensajes positivistas que se convierten en protagonistas. Esos “tú puedes”, “no hay límites” o “los límites están en tu cabeza” que decoran tazas, camisetas o cuadros pueden conmigo, lo reconozco. Será porque yo quiero límites, aunque aún no domine la técnica de ponerlos siempre en práctica. Porque los hay, debe haberlos. No debemos permitir que nadie los cruce, son nuestra elección y, por lo tanto, debemos hacer que los respeten.

Hay límites en el mundo laboral. Hace siglos que lo sabemos. No todo está permitido, no todo vale, no todo sirve. Cuando alguien nos cuenta que no debemos ponernos límites para llegar a cimas inalcanzables e inimaginables, casi siempre nos quiere decir que hay que trabajar hasta la extenuación, que incluso no hay que cobrar y menos lo que vales y que seas obediente. Cada uno decide hasta dónde quiere llegar y cómo. Pero hay límites que deben ponerse.

En la amistad hay límites. Son los que se marcan para que sea una relación de igualdad, sin abusos, sin que uno se aproveche del otro. Son líneas que no deben traspasarse para que la confianza no se diluya y para que no se instale la deslealtad. Eso sí, cada uno los marca donde quiere.

En la familia debe haber límites. Los que cada miembro marque para sentirse querido, seguro, no juzgado, respetado y parte de un todo en el que quiere estar por elección y no por imposición o sangre. En el amor tiene que haber límites. Los que decidas, pero tiene que haberlos, para que la relación sea una relación sana y no una condena. Necesitamos límites para crecer bien y libres.

Porque la libertad es otra cosa. Es, precisamente, saber cómo, cuándo y a quién marcar los límites. Es no dejar que alguien los traspase sin que tú hayas dado tu consentimiento y es no sentirte culpable, antigua, aburrida o mala gente por tenerlos y defenderlos. Los límites que pones son una garantía para tu fortaleza y para tu autoestima.

Así que elige la taza que te lo recuerde: “Pon límites”.

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