Opinión

Margarita y las ganas de dormir

“Libre, libre, quiero ser. Quiero ser, quiero ser libre” (Los Chichos)

Deben de ser las tres de la madrugada. Cada día es más difícil atrapar el sueño. Es un prófugo inteligente que ha aprendido todas las artimañas para fugarse con habilidad. Busco en el armario alguna infusión y veo la luz del quinto, que sólo se apaga con el día. Hago memoria de todas las personas que, tan sólo hace un mes, veía entrar y salir de ese portal, ahora mi mejor paisaje, y me cuesta reconocer a la inquilina de ese apartamento. Caigo en la cuenta de que Margarita estuvo mucho tiempo fuera, en una ausencia ordenada por sentencia judicial, “delito contra la salud pública”, según dijo la policía. No tengo muy claro cuánto tiempo ha estado alejada de su monotonía, pero seguro que lo habrá sentido como una eternidad.


Desde su celda no dejó de revivir el instante en el que se cerraron tras de sí las puertas de la libertad, con la brusquedad del hierro golpeado incrustada en el cerebro. Sobrevivió a cada minuto de prisión aferrada al sueño de la normalidad recuperada. Meses y meses sin ver más allá de un muro de cemento, frontera inexpugnable entre la calle y el angosto patio. Margarita se preparó tanto para sentir la ligereza de los pies caminando hacia ningún lugar que, cuando finalmente pudo ser, pero no fue, sintió que no podía dormir. El cumplimiento de la pena, su condena redentora con la sociedad, apareció ante ella esposada al estado de alarma. Y supo realmente lo que eso significaba cuando comprendió que la celda del arresto sólo había cambiado en apariencia, porque seguía tan atrapada como lo había estado durante los últimos años. ¿La costumbre puede borrar el anhelo de sentirse rescatado de unos barrotes que nos marcan el territorio que podemos habitar? No en Margarita. ¿Haber estado encerrada en un centro penitenciario de estrictas normas puede aligerar el aislamiento casero? No a Margarita. No tiene fuerzas para controlar la impotencia de este desastre que romperá otra vez su vida. No ha podido recuperar el sueño que perdió entonces, no lo encuentra ni sabe dónde buscar. Necesita la luz encendida, como si esa fuera la única manera de no caer en la trampa de pensar que, en realidad, aún sigue atrapada allí. Aunque a veces piensa que a lo mejor la trampa es creer que ya está aquí, en casa. Cuando todo esto pase, ¿se sentirá al fin liberada?, ¿tendrá alguna posibilidad?. Cuando todo esto pase ¿cómo de libres seremos todos de verdad?, ¿volveremos a viejas celdas sin barrotes dócilmente o nos rebelaremos? Margarita apaga la luz. Clarea el día. Cuando todo esto pase, ¿habrá pasado de verdad?
 

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