Opinión

Mariano Turégano

Se llama Mariano Turégano y lleva consigo el nombre de todas las personas que están en una residencia de ancianos. Habla Mariano Turégano con su voz de 82 años, que a ratos se rompe por la emoción. Golpea con la verdad. Expone con firmeza lo que debería ser un relato de terror, pero que desgraciadamente es una realidad letal. Lo hace ante el Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes. Lamentablemente podría hacerlo en cualquier ayuntamiento. Las palabras de Mariano deberían ser dagas que se nos quedasen clavadas hasta que lo que grita, sin levantar la voz, ya no fuese. Lloro. Lo hago por todas las personas que él representa. Lo hago también por mí. Porque sé que yo también tengo la culpa. Así lo siento cuando, con tanta dignidad, nos lanza lo que nunca debimos haber olvidado: “No hemos nacido con 80 años, hemos trabajado mucho, ustedes lo deberían de saber porque hoy disfrutan de privilegios que nosotros peleamos, no para nosotros, sino para ustedes. Eso no se consigue mirando para otro lado”. Y me rompo. Porque yo también he mirado para otro lado. Yo también creí en algún momento, cuando pensaba que los años no iban a correr en mi contra, que se nace mayor y que ya nada importa.  

Mariano lamenta que “es insólito que hoy estemos aquí pidiendo vivir con dignidad”. Qué justa petición a cambio de tanto entregado. Y vuelvo a llorar. Y lo hago porque en él no hay violencia, salvo la propia brutalidad de las condiciones que enumera. Mariano habla firme, sin buscar revanchas, no nos desprecia, no nos agrede, porque bastante agresión es la vida que les hacemos vivir. 

Morir no es sólo dejar de respirar,  también es pensar que ya no importas y que te hagan sentir una molesta carga cuyo tiempo ya se ha agotado. El abandono mata, lo hemos visto, pero también se puede morir de pena. Pienso también en las personas, PERSONAS, que trabajan con esta vulnerabilidad sin poder hacer nada, porque nadie las escucha, porque las hemos despreciado definiéndolas como “limpiaculos” y relegándolas a segunda clase, aunque tengan en sus manos a nuestros seres queridos. 

Escuchando a Mariano me culpo de mi parte, que es mucha, y no sé cómo podrán mirar a los suyos, sin avergonzarse, quienes tienen la obligación de legislar para su bienestar. Qué fracaso de sociedad hemos construido con el trabajo de tantas y tantos Marianos, que fueron nuestros padres y madres y abuelos y abuelas. Hemos llegado hasta aquí sólo porque caminaron cargando con nosotros sobre sus espaldas. Y sigo llorando porque me temo que todo seguirá igual. Porque es demasiado beneficio económico como para perderlo y porque volveremos a mirar hacia otro lado, olvidando que algún día todos  seremos Mariano. Cuanto quiero equivocarme.

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