Opinión

Martina y la universidad

El patio ya ha entrado de lleno en la desescalada, palabra que, sin existir, se ha vuelto muy popular en estos días de búsqueda de sol. La nueva normalidad o la normalidad nueva ya está empezando a crecer y pronto será vieja, sin haber cumplido años. Entre descanso y descanso de la pantalla penetrante del ordenador, que se hizo ventana y puerta, veo la intranquilidad de Martina y la compadezco. Aprovecha el sol  para estudiar sin volverse loca. Adivinar si será mejor estudiar la novela en la Generación del 98 o profundizar con Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez ya no tiene importancia para ella. Su cabeza ha sobrevolado esta prueba, que deberá superar para acceder a la Universidad, y se ha instalado directamente en la incertidumbre del qué será después. Martina apenas se concentra, no sabe si subrayar con un rotulador fosforescente párrafos escritos sobre un papel arrugado, si repasar la historia en la pantalla del portátil o si dejarlo todo a la fortuna del juego de dados. 

Hace apenas cuatro meses, todo su mundo giraba alrededor de estos exámenes, de viajar con sus compañeros a Italia y de buscar un piso compartido en una ciudad por descubrir. Hace apenas cuatro meses, la gran tragedia era conseguir la nota suficiente para no tener que renunciar al sueño de ser veterinaria y el estrés más temible era provocado por  esa habitación, en una casa común, con compañeras que pudieran llegar a ser amigas. Hace apenas cuatro meses, no podía imaginar que el reinado de Fernando VII o las reformas en la II República fueran un problema nimio, insignificante, aparcado en la incertidumbre de qué podrá hacer en septiembre.

Martina habla con sus compañeras de año perdido, de miedo, de no tener ganas de estudiar, de no saber aún a estas alturas qué es lo que quiere saber. ¿Y si  espera, como Vladimir y Estragon, a un Godot que nunca llegará? 

Hace apenas cuatro meses, Martina revisaba con euforia desbordante los anuncios de alquileres y se veía a sí misma, con una independencia recién estrenada, catapultada hacia la conquista de vida. Todo estaba soñado, había sucedido ya miles de veces en su cabeza y en las conversaciones con amigas, las que habrían de acompañarla y las que se quedarían aquí, donde siempre, para que ella pudiera regresar a casa. Ahora, desde el balcón, escribe con agilidad en su grupo para preguntar si alguien se ha atrevido a un adelanto, por si acaso. En apenas un mes, ella debería estar en esa otra ciudad recorriendo opciones de muebles usados y buscando habitaciones luminosas con matrículas ya hechas. En cambio, en apenas un mes, Martina aún estará en fase de desescalada, esperando.

(“Vladimir: Así qué, ¿nos vamos? Estragon: Sí, vámonos. Ambos personajes permanecen quietos.” Beckett, Samuel. Esperando a Godot)

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