Opinión

El mundo de la paradoja

Nos hemos zambullido sin precauciones en la gran marmita de la paradoja y la hemos convertido en una verdad de arenas movedizas que se está cobrando un alto precio: la cordura propia y la general. Cada día más devotos de esta nueva religión no dudan en ensalzar, a toda velocidad, una cosa y su contraria, perdiendo de vista las luces de posición para no descarrilar. Al mismo tiempo, todos corremos desnudos alrededor de una hoguera en la que quemamos lo que no nos gusta, sin darnos cuenta de que, cuantos más se sumen al akelarre, más probabilidades habrá de que seamos nosotros mismos los que acabemos en ese fuego purificador, porque siempre hay enemigos que acechan. entregamos premios de reconocimiento a los mismos que ignoramos porque no nos gusta que sigan alertando de las letales consecuencias de una vieja precariedad y de unas privatizaciones que siguen avanzando. Exigimos la irrenunciable libertad para tomar nuestras propias decisiones, apelando a la responsabilidad individual, al mismo tiempo que pedimos imposiciones inquebrantables que garanticen nuestra salud colectiva, queriéndonos absolver de las consecuencias de nuestros actos. Nos escandalizamos ante imágenes imprudentes, sin darnos cuenta que formamos parte de las mismas. 

Reverenciamos la llegada de unos y acusamos sin piedad a los otros, a los que hemos lanzado a los sucios suelos de calles infectadas, haciéndolos más vulnerables. Reivindicamos nuestro derecho a divertirnos a nuestra manera, a la par que pedimos guardianes que vigilen la diversión de los demás. Queremos estar abiertos sin ventanas ni cancelas, pero deseamos en voz bajita, que encierren a los otros para que nada nos contamine. Huimos de la reflexión, pero no dudamos en sumarnos a las lapidaciones masivas que evitamos mirar para no vernos reconocidos. 

La paradoja es tal vez el propio tiempo que nos ha tocado vivir, donde quien desprecia a las instituciones se instala en ellas sin pudor; donde quien no sabe de música se convierte en prestigioso flautista de Hamelín; donde quien busca derrumbar unas fronteras construye peligrosos muros que causan heridas evitables; donde quien enarbola banderas de sororidad acusa a las nuestras de las culpas de los otros, donde quien llama a la violencia de los golpes se siente herido de gravedad por las palabras; donde quien no escucha, exige diálogo y, donde quienes buscan torcer el rumbo para provocar el naufragio, juegan a ser intrépidos capitanes. Y ahí estamos todos, cocinando en esa marmita que no da poderes y obviando que la paradoja es una figura de pensamiento, aparentemente contraria a la lógica, que requiere de la inteligencia para llegar a otra verdad más profunda. Así que tal vez sólo sucede que estamos empezando a sentirnos cómodos con la irresponsabilidad, la mentira y la ignorancia, olvidando que podríamos acabar cayendo en esa marmita, demasiado aguada, y ahogarnos.

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