Opinión

Uxía y el cuaderno

Mi patio no es demasiado madrugador, salvo contadas excepciones. El peso acumulado de los días que se encadenan, sin que apenas nada cambie, parece estar inclinando los cuerpos hacia la quietud más peligrosa: la que se disfraza de calma y nos va dejando inertes, con pocos reflejos. Veo a Uxía sentada ante la mesa de la cocina escribiendo, pintando o lo que sea que hace con un bolígrafo, lápiz y pinturas. Al menos ella se mantiene activa. Sobre ese improvisado escritorio hay desplegados, como soldados de batalla, libros, cuadernos y folios. Uxía tiene unos doce años y dos hermanos más pequeños. Está concentrada, ajena al jaleo que escucho desde mi casa en esa cocina diminuta, en la que entran y salen todos los miembros de la familia, como si se tratara del célebre camarote de los Hermanos Marx. 

Vuelvo a rastrear la imagen de esa mesa colmada de material escolar y me llama la atención justo lo que no veo. Intento afinar la búsqueda, algo nada fácil desde la distancia, para saber de qué se trata. Ni en la cocina ni en la minúscula sala, convertida en rincón de juegos para los más pequeños, encuentro pista alguna que descifre la adivinanza.  Uxía compone y descompone trazos, números y letras. Todo atrapado en un cuaderno rojo de tapas desgastadas. Su madre la despeina cariñosamente mientras busca algo en la nevera y Uxía le devuelve una sonrisa y un folio. 

Cuando me giro lentamente hacia mi propia vida encuentro la solución del acertijo: es un ordenador. Me avergüenzo de mi propia arrogancia por no contemplar nunca la posibilidad de que la tecnología no sea una realidad imbatible detrás de cada puerta. Y es en ese momento cuando veo sin ver a los padres de Uxía luchando contra la pobreza que se cebó con ellos con un apetito voraz; oigo sin escuchar los quejidos del esfuerzo para mantenerse todos a flote y constato, sin conocimiento de las causas, el efecto de esa pugna. Uxía se esfuerza, estudia y hasta este encierro tenía parecidas posibilidades con sus compañeros. Pero sin conexión, sin clases interactivas, sin ventana a la que asomarse al mundo para arrancar conocimientos con los que poder escalar, ¿qué porcentaje real de posibilidades se le otorga para esquivar un futuro desigual? ¿Ha intuido ya ella que parte con desventaja en esta competición sin clemencia? Deseo que todavía no. Tiene que seguir dibujando. Su madre se acerca a la ventana y pega en el cristal el folio colorido de Uxía. 

La escucho cantar: “Y me hablaron de futuros fraternales, solidarios, donde todo lo falsario acabaría en el pilón. Y ahora que se cae el muro ya no somos tan iguales, tanto vendes, tanto vales, ¡viva la revolución!” (Luis Eduardo Aute).

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