Opinión

Algo más que un embarazo

Un país que come cordero en salsa de menta no es raro, es para nota. Además, si la “peña” conduce por la izquierda, usa enchufes de tres clavijas y enmoqueta hasta el retrete, es de edición limitada. Así es, a los ingleses, a raritos, no les gana nadie.

Sólo uno de cada cinco ingleses declara conocer por su nombre a sus vecinos. La mitad tiende a esconderse o demorar la entrada o salida de casa por no cruzarse con ellos y a Europa también la han considerado siempre como su vecina. Efectivamente, somos sus vecinos y están encantados de comportarse como buenos vecinos, pero poniendo por delante la debida prudencia y cautela. Es parte del carácter inglés eludir a toda costa la intrusión y la imposición y eso explica, en gran parte, la conflictiva relación que siempre ha habido entre Londres y Bruselas. Su recelo a que todo acabara al servicio de la economía alemana ya le había empujado a un primer renuncio cuando se opuso frontalmente a sumarse a la creación de la moneda única que impulsó el Tratado de Maastricht a principios de los noventa.

La salida de un socio que ha representado durante años la quinta economía del planeta, significa un varapalo descomunal y de consecuencias impredecibles para la Unión Europea, que es la gran perdedora en este divorcio, ya que queda en una posición muy debilitada ante el empuje de economías como la china, india o americana. No apuesten a que Bruselas vaya a plantearse ninguna autocrítica que permita establecer un camino para liberarse del atascadero de endeudamiento, impuestos, gasto público y regulaciones estatales en el que se encuentra atrapada y que ceba los ímpetus de los euroescépticos. Además, el Brexit pone de manifiesto algo que nadie se había planteado hasta el momento. Sí, es posible salir de la Unión. 

Quedan por delante once meses para que vayamos digiriendo las consecuencias del rechazo del Reino Unido al proyecto común. Creen y son fieles defensores del mercado y del libre movimiento de bienes y servicios, pero recelan de la libre circulación de personas. Quieren poner límite a la inmigración y a las ayudas públicas que los inmigrantes pueden recibir. Por otro lado, habrá que ver la manera en cómo gestionan la reposición de la frontera con la República de Irlanda y de qué manera contienen las pretensiones de Escocia a continuar perteneciendo al proyecto europeo.

Algo más que un embarazo para que todas las partes implicadas tengan que adoptar los acuerdos que marcarán su futura relación. Galicia deberá centrar sus esfuerzos en los sectores de la pesca, la automoción y en todas las empresas que tengan relaciones comerciales con el país británico. Si se ponen trabas arancelarias o la libra se deprecia frente al euro, las exportaciones gallegas serán menos competitivas en un mercado que, hasta ahora, era referencia. Aunque tampoco hay que descartar que pasado un tiempo los ingleses vuelvan a llamar a las puertas de la Unión Europea para solicitar su reingreso. 

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