Opinión

Convenios colectivos más centralizados

Cada vez con más frecuencia observamos el abuso que se hace de argumentos que se presuponen por sí mismos evidentes y no necesitan demostración. La utilización del “axioma” sobre el que no se admite debate, ni siquiera contradicción, hace huérfana la reflexión, el pensamiento, y cercena irremediablemente el conocimiento, el progreso y la razón. El hecho de que ya nadie se plantee que la manera más saludable de relaciones laborales sea la que pueda establecerse directamente entre empleado y empleador, es una muestra de ello. Si alguien se le ocurriera, solo plantear, que la mejor manera de negociar y pactar las condiciones sobre las que se desarrollarán las futuras condiciones profesionales entre las partes, fuese directamente entre el individuo y la empresa, de forma libre y voluntaria, sería acusado de sufrir “alucinosis tremens” incontrolable, cuando no, de cosas peores, como la de ser un perverso neo liberal explotador. 

En fin, el caso es que las negociaciones individuales vis a vis entre empleado y empresario han sido sustituidas por las que se desarrollan entre los que representan a unos y otros; y de manera colectiva. Es decir, independientemente de las particularidades de las empresas, del sector y del territorio en el que operan, son todas metidas en un mismo saco y sus regulaciones laborales tratadas como si fueran idénticas, sin considerar el contexto particular de cada empresa. 

En países occidentales que han sido motores de crecimiento (Alemania) se ha producido durante los últimos años un paulatino proceso de descentralización colectiva, llevando la negociación colectiva al nivel de empresa, dejando fuera de juego a las patronales y centrales sindicales. Todo ello ha provocado una mayor productividad y una flexibilización regulatoria muy beneficiosa. Al contrario de esta dinámica, el Gobierno de Sánchez-Iglesias acelera la reforma que primará el convenio sectorial sobre el de empresa y fomentará su “ultraactividad”, es decir, frenará su renovación y enquistará sus contenidos a pesar de lo que pueda evolucionar el mercado.

La mejor política que puede desarrollarse en materia de relaciones laborales no es privar al trabajador de todo margen negociador y situarlo como rehén de lo que pacten sindicalistas y políticos, sino la de hacer crecer y fomentar un tejido empresarial más competitivo, para poner así al alcance de los empleados una mayor seguridad de ocuparse en otra empresa o sector si es que las condiciones de trabajo no le satisfacen o son incumplidas por parte del empresario.

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