Opinión

La fábula del nacionalismo

La pared de piedra necesitaba algo de vida y no tuve otra idea más original que plantar una hiedra para tal finalidad. A los pocos meses, la planta había cubierto el muro pero, a la vez, sus ramificaciones desbordaban el espacio que se le había dispuesto. Parecía dueña de todos los rincones y se introducía por toda rendija que encontrara, agrietando con su brutal fortaleza la estructura de la casa que le daba soporte. Parecía que cuanto más intentara podarla, con más fuerza reproducía su red de tentáculos y tras cualquier despiste de semanas, su fortaleza  y resistencia se desdoblaba, debilitando la configuración de los elementos estructurales del muro.  

Parecía mofarse del roble que también había plantado a su lado. Este no levantaba un metro y crecía lentamente, fortaleciendo su tallo y echando raíces lentamente. “¿Cómo estás, amigo roble?”, preguntó una mañana la hiedra. “Bien, mi amiga", contestó el roble. "Eso dices porque nunca llegaste hasta esta altura”, se burló la hiedra. “Desde aquí se ve todo tan distinto ... A veces me avergüenza verte siempre allá, tan pequeño e indefenso”.

Y el tiempo siguió su marcha y las paredes envejecieron. El roble creció con su ritmo firme y lento. Una noche, una fuerte tormenta sacudió la vivienda. El árbol se aferró a sus raíces para mantenerse erguido y la hiedra se aferró con sus ventosas al viejo muro para no ser derribada. La lucha fue dura y prolongada. A la mañana siguiente, la hiedra yacía en el suelo, enredada sobre sí misma, al pie del roble fatigado, aunque sublime y honrado por su contundente robustez. Recogí la hiedra y la quemé. 

Mucho se ha hablado del origen y de las causas del delirio nacionalista catalán y vasco. Pero los responsables políticos del PP y PSOE no son capaces de hacer el mínimo ejercicio de autocrítica. “No hemos sabido transmitir adecuadamente nuestro mensaje político en Cataluña”, responde un cínico Casado a las tendenciosas preguntas de  Ana Pastor. Capaces solo de inventarse excusas disimuladas, no tienen el arrojo de censurar su propia responsabilidad. Tiene que ser una señora que es entrevistada espontáneamente por la calle quien ponga de nuevo en la palestra lo que nadie reconoce en público: cuarenta años de concesiones, silencios y prebendas a quienes, a cambio de dar una aparente solución a un problema, se la cobra primero, de manera inmunda y corrupta; y después, de manera aberrante y camorrista. 

El caso es que si no existe un roble (Estado) sólido, firme, inconmovible, con fuertes raíces democráticas que sepa sacudirse de quienes pretenden ganar altura con rapidez, colgados de la seguridad de otros, no haremos otra cosa que retroalimentar por un lado, la desafección hacia el propio Estado y por otro, la afinidad hacia quienes aparentemente sí lo son, los nacionalistas.

Te puede interesar