Opinión

Objetivo: campaña permanente

La perseverancia es invencible. Cuando a la constancia y la obstinación se unen en pos de un objetivo, todo es posible. Si a eso le añadimos dinero, populismo y propaganda, el éxito está garantizado, sobre todo, si el camino resulta expedito, libre de contrarios y resistencias. El nacional-independentismo catalán está en ciernes de alcanzar su triunfo de aquí a diez años, cuando el relevo generacional cause el terremoto electoral definitivo que suponga, al fin, la descomposición de este país, antes llamado España. 

A falta una consejería llamada “del independentismo a saco”, todas las que conforman la Generalidad de Cataluña se suman a una orquesta perfectamente dirigida que impregna de nacionalismo independentista todas las instituciones públicas catalanas. Su único objetivo, el separatismo. Mientras tanto, si hay problemas serios, que sea el Estado español quien aporte soluciones y prebendas. Todo sigue adelante, todo pretexto vale, cualquier cosa es susceptible de instrumentalizarse. Cualquiera; ¡qué gran talento!

En esta ocasión, Torra intenta impulsar un proyecto de ley que aspira a controlar los precios de alquiler en Cataluña. A pesar de que el Consejo de Garantías Estatutarias, el servicio jurídico del parlamento catalán, interpreta que la iniciativa legislativa no cumple con las directrices que contempla el Estatuto de Autonomía de Cataluña ni con las competencias otorgadas al gobierno, además de ser incompatible con la Constitución española, es posible que al Parlamento vote a favor. Y ya tendremos montada otra bulla.

Otro nuevo intento, atención y gasto de todos para intentar aprobar leyes que no tienen ningún recorrido legal, pero si aportan mucho ruido mediático que al gobierno de Torra le viene que “ni pintao” para acercarse a los partidos más radicales, de los que necesita para mantenerse en el poder; todo ello, solo por seguir cebando el desafío y la provocación permanente hacia el gobierno central. Si el gobierno español dedicase una décima parte del talento que el catalán destina a su proyecto separatista, el asunto tendría sus horas contadas. Pero esto es cosa de gente inteligente y de estadistas de nivel.

Después del paréntesis pandémico, el independentismo catalán reactiva su hoja de ruta. Da igual que la pretensión de legislar sobre esta materia vaya precisamente en contra de los intereses de los que pretende beneficiar. La aprobación de este tipo de medidas acaba por provocar el efecto totalmente contrario. Una restricción en la oferta en el mercado, que acaba provocando inexorablemente un aumento de los precios de alquiler.

Hay que reconocer que el derecho de secesión es un derecho tan respetable como otro cualquiera, porque si todos tenemos el derecho de agruparnos voluntariamente con otros individuos, también debería respetarse el derecho a dejar de pertenecer a cualquier grupo. El independentismo catalán juega con ventajas y contradicciones. Han utilizado perversamente el adoctrinamiento en las escuelas y no concibe la reciprocidad en sus ideales. Es decir, que si apoyas el derecho a decidir de las naciones has de garantizar, igualmente, el derecho de todo individuo, barrio, ayuntamiento o provincia a hacer el camino contrario. Y de eso, no quieren ni hablar.

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