Opinión

Qué poco nos cuesta calentarnos

Los contagios por covid están descontrolados y crecen tan rápido como lo hace el precio de la electricidad en plena ola de frío polar. Resulta ya exasperante la forma en la que los responsables políticos se escaquean de abordar el asunto utilizando la demagogia más rastrera. Quizá no tengan ni la más remota idea de lo que hablan o, tal vez, no quieran reconocer la realidad de un mercado que lo es todo, menos un mercado libre. ¿Que en plena ola de frío los precios de la luz se disparan? Si estás en la oposición pondrás a parir a quien gobierna: “Ningún gobierno decente debería tolerar que la subida del precio de la luz signifique que en Navidad miles de familias no puedan mantener sus casas a temperaturas adecuadas” (Alberto Garzón, en la oposición, 2017); “Si el Gobierno lo consiente, será cómplice de la codicia de las eléctricas” (Pablo Iglesias, también en la oposición, 2017); cuando la electricidad subía un 4,6%, Sánchez acusaba al Gobierno de “empobrecer” el país. Ahora que subió un 27% recurre a burdas estratagemas para salir indemne de la presión. Su ministra portavoz, que le ha tomado afición a dar respuestas interminables y utilizar retóricas de parvulario para no decir nada, volvió a poner la excusa de Bruselas para rechazar la bajada del IVA de la luz. Como si ellos quisieran… pero Europa no les dejara. Mentira de las buenas.

No hay nada que impida a España bajar el precio de la luz. “Los Estados miembros podrán aplicar un tipo impositivo reducido al suministro gas natural, electricidad y de calefacción urbana siempre que no exista riesgo de distorsión de la competencia” (art. 102 de la Directiva de la UE). De hecho, muchos países europeos gozan de precios de electricidad más reducidos que en España y sin ir más lejos, Portugal lo redujo el pasado año del 23 al 6%. Por tanto, que suba o no la factura de la luz es una decisión que recae exclusivamente en el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos.

Sin embargo, sí que existen circunstancias que impiden la reducción del precio de la energía en sí misma, dejando al margen los impuestos que lo gravan. Es cierto que en un mercado libre, si la demanda es superior a la oferta, los precios tenderán a subir. Este es el caso. En plena ola de frío las centrales eléctricas no son capaces de generar la suficiente energía como para abastecer la demanda, haciendo que los precios se disparen. Pero el caso es que el factor “producción” pesa tan solo un 35% de la factura eléctrica, y la distribución un 15. Los demás costes, que suman el 50%, son costes regulados por el Gobierno (impuestos, subvención a renovables y otros). Las empresas eléctricas, independientemente de las prebendas con las que han sido premiadas por todos los gobiernos, repercuten sus mayores costes al precio final cuando hay picos de demanda, pero el Gobierno no hace nada por reducir los “costes políticos”.

Una mayor liberalización del sector, que dejara entrar a operadores en las centrales hidroeléctricas que las grandes operadoras no sueltan ni con agua caliente gracias al capricho político y permitiera la instalación de centrales de generación más eficientes, podría también rebajar el precio de la energía que hace posible el bienestar para tantas familias y a las empresas poder competir internacionalmente.

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