Opinión

Salvemos la reforma laboral

La forma de alcanzar pactos del Gobierno Sánchez, me recuerda a aquel juego “Twister”, que consistía en retorcerse sobre los círculos de colores en un tapete que se extendía sobre el suelo. A medida que el juego avanzaba debías ir alcanzando los objetivos con manos y pies hasta que el equilibrio resultaba tal difícil de mantener que te venías irremediablemente abajo. 

En una posición de partida ya de por sí difícil, con una mano en el rojo PSOE y un pie en el malva Podemos, la flecha giratoria ordenó poner la otra mano en el naranja Ciudadanos, para poder prolongar el estado de alarma. Hubo después de complicar esa grotesca posición para cambiar una mano y situarla en el independista color de EH-Bildu, con el compromiso de la “derogación urgente e íntegra de reforma laboral” impulsada por el PP en 2012. Tan urgente, que en la primera versión del acuerdo, la derogación debería “ser efectiva antes de la finalización de las medidas extraordinarias adoptadas por el Gobierno en materia económica y laboral derivadas de la crisis originada por la covid-19”. Sin embargo, casi de madrugada, el PSOE mandaba una rectificación del acuerdo,  que aclara que la ley aprobada en su día por el Partido Popular no será anulada de forma íntegra. El pie en escorzo que se apoyaba el verde abertzale del “Twister”, había que moverlo… pero no retirarlo del todo… ¿o sí?, en fin, que la estabilidad queda tan comprometida que en cualquier momento todo puede venirse abajo.

Pero aparte del enredo parlamentario en el que el Gobierno trata de sobrevivir sin desmoronarse, ¿qué consecuencias tendría ahora la derogación de la tan denostada reforma laboral? Para responder a esta pregunta habría que hacer una rápida mirada retrospectiva a dos de las principales cuestiones que tal reforma intentó corregir en el singular mercado laboral español. 

En primer lugar, la excesiva rigidez de los salarios a la baja cuando los márgenes empresariales se reducen. En estos casos y en gran medida, las grandes y politizadas centrales sindicales han preferido optar por los despidos antes de permitir el ajuste de los costes salariales. La reforma, que priorizó los convenios de empresa, más cercanos a la realidad de ésta, permitió que no se destruyera tanto empleo y se moderasen los salarios.

En segundo lugar, la excesiva temporalidad del empleo. España tiene la tasa de más alta de Europa porque el coste de amortización de los trabajadores indefinidos es, a la vez, de los más altos. Por ello, las empresas han utilizado una significativa bolsa de temporalidad como “válvula” de ajuste de sus costes en caso de disminución de sus márgenes. La reforma, también entendió esta realidad.

Por todo ello, algunos pensamos que habría que profundizar y progresar en la medida aprobada en 2012 y que se derogue precisamente ahora, sería una descomunal irresponsabilidad. Como echar gasolina para apagar el fuego y esperar que Europa acepte a financiar, además del déficit público que la pandemia va a provocar, la bolsa de paro que nosotros mismos impulsemos.

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