Opinión

Una vocación truncada

Tenemos un disgusto de los buenos… mi hijo no quiere seguir estudiando. Lo deja todo. ¡Quiere ser empresario! Por favor, ayúdame a sacárselo de la cabeza”. Esta petición fue hecha por un buen amigo del ponente que la reprodujo en un seminario sobre emprendimiento al que hace tiempo asistí. Efectivamente, ser empresario es una de las profesiones más denostadas por la sociedad y solo un porcentaje muy pequeño de jóvenes desea llegar a serlo.
Variopintas fuentes estadísticas confirman este hecho, aunque sus conclusiones son a menudo dispares. Sin embargo, sí que la gran mayoría refleja unas tendencias generales bastante homogéneas y llamativas. Unas preferencias discurren por trabajar en la programación de videojuegos, la medicina, el márketing o la docencia. Pero el porcentaje más elevado de jóvenes, en torno a un 22% según una encuesta, quisieran ser funcionarios; prefieren un puerto seguro para resguardar su barco, aunque no fuera para eso por lo que las naves se han construido, sino para surcar los mares y acometer andanzas más arriesgadas. ¿Cuáles son, entonces, las razones que constriñen de tal forma la audacia de los españoles para acometer proyectos empresariales?

Las personas solemos tomar decisiones en función de los estímulos e incentivos esperados. Podemos tener una gran motivación de emprendimiento, fomentada por los deseos de independencia, éxito o reconocimiento social, pero que puede ser frenada, a su vez, por estímulos que actúan en sentido contrario y liquidan tal motivación. Por tanto, es posible que el rechazo a la profesión de empresario tenga componentes que enmienden el aparente desinterés e inapetencia de nuestros jóvenes en su deseo de permanecer al confort que proporciona un puerto seguro.

Efectivamente, la función pública está fuertemente incentivada por significar un empleo garantizado de por vida, hasta un cincuenta por ciento mejor pagado que el trabajo en el sector privado y con una jornada laboral más corta y menos controlada, si me permiten la expresión. Al contrario, parece que la actividad empresarial se encuentra fuertemente castigada. No siempre se tiene una idea de negocio viable, es necesaria una financiación mínima de arranque y hay que jugar en un campo de hiperfiscalización y regulación insoportable; pero lo sangrante, y quizá, lo que marca la diferencia sustantiva sea la gran cantidad de agentes sociales (profesores, medios de comunicación, partidos políticos, …) que transmiten, de forma constante y sin justificación, una envenenada animadversión hacia el empresario, acusándole de ser un sujeto al que tan solo le mueve la ambición, que alimenta con la explotación inmisericorde de sus empleados.

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