Opinión

El virus, el mejor amigo del Estado

España se encuentra en plena campaña de la gripe; la de toda la vida. Según el Centro Nacional de Gripe, la incidencia de esta enfermedad en esta temporada entre la población española es de “intensidad media” pero, incluso, algo más alta que la anterior. Sin haber llegado a su punto más álgido, se espera que más de 6.000 contagiados mueran “con” este virus, que no “por” este virus, ya que la gripe no mata; lo que mata son los procesos que provoca en determinados pacientes con determinada fragilidad biológica. ¿Significa esto que debamos relativizar y desdramatizar la alarma que sacude al mundo por la irrupción del coronavirus? Probablemente sí, dicho esto con la mayor de las prudencias, porque hay que respetar que el “miedo” ejerza tercamente su derecho de libre movimiento, aunque a la vez ahuyente a la razón, la inteligencia o, tal vez, al amor. Todos los animales lo experimentan y los seres humanos, en mayor medida.

Pero los efectos provocados por el sentimiento del miedo se convierten muchas veces en correas de transmisión para otros de consecuencias impredecibles y casi siempre, en subterfugios y herramientas de persuasión maliciosos y perversos. 

La economía y los mercados son extremadamente sensibles a las incertidumbres de todo tipo y provoca que el miedo causado por la alerta sanitaria se propague aún con mucha mayor velocidad con la que lo hace el propio coronavirus. En una reciente entrevista, Nouriel Roubini, tildado por algunos como doctor “Catástrofe”, pronostica que los mercados sucumbirán entre un 30 y un 40% llegando, incluso, a provocar el desahucio de Donald Trump de la Casa Blanca. A saber en que acaba el vaticinio de quien ha pronosticado doce de las últimas cuatro crisis económicas… aunque, lo cierto, es que la factura económica a día de hoy resulta astronómica. 

Los centros de poder, los gobiernos, los grandes medios de comunicación… entienden muy bien este aspecto de la naturaleza humana. Saben también muy bien que los peligros desconocidos son además los que más temor infunden, por lo que la tentación para explotarlos es muy grande. Por un lado, porque es una ocasión única para extender una cortina de humo que provoque que nos despistemos de la realidad, cuando esta realidad se vuelve en contra de nuestros dirigentes (tiempo habrá, además para atribuir al virus todos los incumplimientos y pifias en su acción política). Por otro, porque permite servirse de una herramienta ideal para asegurarse que el pueblo acepte y tolere voluntariamente el hecho de ser dominado bajo el paraguas de la seguridad del Estado, ya sea éste militarista, religioso o de bienestar. Todos, intentarán utilizar cualquier crisis para incrementar su poder sobre los ciudadanos, porque de la sumisión pública dependerá su subsistencia. Sin el miedo, ningún gobierno duraría más que un helado al sol.

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