Opinión

Los ancianos no existen

Como ya he cumplido los sesenta y en un futuro próximo me iré acercando paulatinamente a la ancianidad (si sobrevivo, claro), aquí van unas cuantas ideas sobre ese asunto. El otro día charlando con unos amigos, varios de ellos señalaron que en todas las manifestaciones, anuncios, películas, videos, internet, etc., todo el mundo es increíblemente joven y guapo. 

Bien, es cierto efectivamente aunque esa imagen tan extendida y común es culpa en gran parte de los medios que graban, fijan, seleccionan y emiten esas escenas, tal vez porque son más llamativas y les parece que conseguirán con ellas más atención de los espectadores o de la audiencia, en lo cual no se equivocan. 

Pero yo apunté, supongo que porque aún me queda algo del publicitario que fui hace mucho tiempo, lo siguiente: eso ocurre con todo ¿no os habéis dado cuenta? En los anuncios de la tele de coches, detergentes, comida, viajes, turismo, cultura o lo que sea, y ya no digo nada de la publicidad de bañadores, colonias o ropa interior, nunca aparecen ancianos. Nunca. Como mucho un abuelete cariñoso durante un brevísimo plano entrañable con su nietecito, mientras ambos degustan con una increíble sonrisa beatífica una loncha de jamón cocido. Incluso en el mundo del cine, sobre todo las actrices mayores pero también los actores que pasan de cierta edad, se quejan de que casi no hay papeles para ellos.

O sea que si fuéramos visitantes de otra galaxia, viniéramos al planeta Tierra y écharamos un vistazo a nuestros periódicos, programas de televisión, etc., podríamos concluir fácilmente lo que da título a esta columna: que los ancianos no existen. Y es que en nuestro mundo los jóvenes están sobrevalorados, eso es un hecho. Pero no siempre fue así. Y ni siquiera lo es hoy en realidad, todavía existen sociedades y culturas en nuestro planeta, especialmente en pueblos indígenas ¿primitivos? en donde se valora, cuida y mima con respeto a los mayores. Tal vez porque esos pueblos ¿primitivos? conservan conocimientos y cierta sabiduría que nosotros hemos olvidado o enterrado. Tal vez unos hipotéticos visitantes de otra galaxia se darían cuenta de eso.

Por supuesto, sé que el hecho de acercarse a una edad provecta tiene mucho que ver con mi reflexión anterior y con esa dudosa nostalgia de la juventud divino tesoro. Se canta lo que se pierde, como decía el poeta. Si a mí me ofrecieran hoy mismo volver a mis veinte años firmaría sin dudarlo un momento, aun a sabiendas de que a los veinte eres tonto como una castaña.

Los ancianos no existen pero por si no lo teníamos claro la pandemia nos ha puesto esa realidad indiscutible encima de la mesa. Y no solo no existen, sino que además... no importan. Solo importa la juventud, lo que se pierde.

Parafrasearé otra vez a Machado: "Y te enviaré mi canción, / se canta lo que se pierde, / con un papagayo verde / que la diga en tu balcón".

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