Opinión

Ateísmo militante

Los ateos estamos mal vistos en todas partes. Por suerte en algunos países civilizados ya no nos queman en la hoguera, como ocurría no hace tanto tiempo.

Pero en esta tierra donde los creyentes ocupan con sus rituales, cánticos y procesiones las calles y plazas de todo el país durante semanas si usted, yo, o cualquiera organizáramos una manifestación ateísta, enseguida tendríamos encima a todo el mundo, placándonos como a un zaguero del equipo contrario huido con el balón entre las manos en un partido de rugby. Y cuando digo "a todo el mundo" sé lo que digo: no solo los creyentes se nos tirarían encima, también muchos no creyentes.

En realidad los ateos somos los tipos más tolerantes y respetuosos del mundo. Nos tragamos con resignación (no diré cristiana) todas las manifestaciones públicas de los creyentes sin rechistar. Javier Marías, que vive en Madrid en el Barrio de las Letras, escribe todos los años un artículo sobre eso. Sobre por qué tiene que aguantar la tabarra de las procesiones de Semana Santa que a veces hasta le impiden llegar a su casa o dormir. 

A mí también me ocurrió algo así una vez en Madrid, un Viernes Santo. Estaba alojado en casa de unos amigos que viven junto al Jesús de Medinaceli y volví a casa hacia las ocho de la tarde. Tras abrirme paso trabajosamente entre la gente que abarrotaba la plaza y calles aledañas, conseguí llegar hasta una barrera amarilla de la policía. A partir de ahí pasé media hora discutiendo con un municipal que no me dejaba acceder a mi portal. Para que se sitúen ustedes el portal estaba a dos metros de la barrera, pero el policía se negaba a abrirla. Yo le decía "es mi casa, vivo ahí" y le enseñaba la llave, pero ni flores. Al final todo se solucionó gracias al apoyo espontáneo de los asistentes a la procesión, que me rodeaban y se pusieron de mi parte: "¡Coño, déjalo pasar –increparon al poli–, si el chaval dice que vive ahí, es que vive ahí!" Y yo alucinado mientras el Cristo, al son del himno nacional, salía trastabillando de la Basílica de la Plaza de Jesús a quince metros de distancia.

La calle en España es de los católicos. A mí no me parece mal. Me gustan las procesiones de Semana Santa. Mucho. Y me emocionan. Lo que me parece mal es que la calle no sea de todos. Lo malo de las religiones es que, si las dejamos, mañana la calle será de musulmanes, de judíos, o no se sabe de quién. Ni siquiera las religiones parecen darse cuenta de eso, de que la calle podría ser de "las otras" religiones.

En una conferencia sobre ateísmo Richard Dawkings, el científico británico, acabó su charla con esta reflexión: "La gente siempre pregunta ¿cómo te cambió a ti el 11 de septiembre? Pues a mí me cambió así: dejemos de ser, los ateos, tan jodidamente respetuosos."

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