Opinión

Como tengo veinte años...

El otro día vi por la tele a un chaval de un botellón al que entrevistaban a pie de calle ya que en aquella fiesta nocturna en la que estaba el muchacho todos estaban sin mascarilla y sin guardar la distancia. Y el chaval dijo al micro muy convencido: “Si tuviera ochenta años tendría miedo, pero como tengo veinte no tengo miedo.”

Fabuloso. El chico era tan tonto como fuimos todos a su edad, ya se ve que el mundo no cambia aunque parezca que lo hace. El razonamiento correcto es exactamente al revés del que dijo ese chaval: si tuviera ochenta años no tendría que tener miedo, pero como tiene veinte sí debería tenerlo. Porque con veinte tiene mucho que perder. Quizás todo. Pero ya se sabe, el chico piensa lo de siempre, tal vez porque no conoce el famoso tango “Que veinte años no es nada / qué febril la mirada / que es un soplo la vida.” Y todo eso.

No hay como la letra de un tango para poner a cualquiera en su sitio. A mi me encanta especialmente “Por una cabeza”.

“Por una cabeza de un noble potrillo/ que justo en la raya afloja al llegar/ y que al regresar parece decir/ no olvides hermano, vos sabés que no hay que jugar”.

Hace tiempo impartí durante años una serie de conferencias y talleres en la facultad de Publicidad de Pontevedra. A licenciados en Publicidad y Bellas Artes. Eran sobre creatividad gráfica, de diseño, de publicidad. Una de aquellas conferencias la titulé “Siglo XX Cambalache” y empezaba rememorando ese otro precioso tango de Carlos Gardel: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor/ ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador/ ¡Todo es igual!, ¡nada es mejor!/ lo mismo un burro que un gran profesor.”

Yo creo que debería prohibirse entrevistar a gente por la calle así al azar como hacen los telediarios habitualmente, porque nunca sabes si te va a tocar el comentario de un burro o el de un gran profesor. Y eso es muy malo para el común de la población, entre la que me incluyo.

Confiemos en que el chico no haya pillado la covid, cumpla los veintiuno, con el tiempo deje de ser tan tonto y un día, si dios quiere, se convierta por fin en un gran profesor. Ojalá.

Mi admirada Elvira Lindo escribió un artículo en El País hace poco sobre esto, sobre como en la adolescencia las cosas que nos dicen nos importan un rábano. Un artículo que decía así: “...hay veces que ese sarampión hormonal es tan descontrolado que las recomendaciones les entran por un oído y les salen por el otro.” Y acababa con esta frase perfecta: “¿Por qué será que solemos recordar con ternura la infancia y con cierto sonrojo la adolescencia?”

Y creo que es porque nos damos cuenta de lo tontos que fuimos.

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