Opinión

Habemus franquistas

Cuando ya nos creíamos todos felizmente demócratas, de pronto aparecen aquellos franquistas de El Alcázar que dábamos por extinguidos con la desaparición de Blas Piñar, llamando a la Cruzada otra vez. Fumata blanca en el Valle de los Caídos. Volverán banderas victoriosas, ¡arriba escuadras a vencer, que en España empieza a amanecer!

Estudiando en la universidad en Madrid viví un tiempo en una especie de minipensión regentada por una madre y su hija que eran superfranquistas. Digo minipensión porque solo éramos tres estudiantes allí. Y digo superfranquistas porque ellas lo eran hasta el tuétano. Radicales. Si alguien le hubiera puesto una bomba en el culo a Adolfo Suárez ellas hubieran aplaudido. 

Mi compañero de cuarto era un año mayor que yo y estudiaba lo mismo que yo en la Complutense: Sociología. Ya no recuerdo ni cómo se llamaba, pero me enseñó mucho sobre cine y siempre se lo agradecí. El otro estudiante, que tenía un cuarto para él solo, era mayor que nosotros y hacía Derecho, estaba en el último curso.

Los 20-N venían a comer a la casa 4 o 5 chicos y chicas jovencitos, sobrinos o parientes no sé qué de las señoras. A la mayor la trataban como abuela, aunque en realidad no lo era. Entonces, aquel día comíamos todos juntos en la cocina. Mi compañero de cuarto y yo un poco asustados porque los chavales y la chavala en cuestión venían vestidos de falangistas y cada uno con un bate de béisbol que dejaban apoyados en el hall. Después de comer se irían a aporrear rojos por la Castellana, un tema del que hablaban con toda tranquilidad y diversión en la mesa con la aprobación de sus tías. Supongo que también sabiendo perfectamente que había dos rojos silenciosos allí, mi compañero y yo, aunque por suerte a nosotros, supongo que por respeto a sus tías, nunca nos pegaron.

Las señoras, de las que nunca tuve ninguna queja y eran muy amables por cierto, estaban suscritas a El Alcázar, un periódico al que le quedaba poco tiempo de vida. Así que mi compañero de cuarto, que compraba El País, y yo, que compraba de aquellas el también extinto ya A Nosa Terra, teníamos una visión de la política nacional de lo más variada.

Al ver por la tele el otro día a esa turba de nostálgicos desquiciados del Valle de los Caídos cantando el “Cara al Sol” me acordé de aquellos chicos. Y también de las dos señoras con las que mi amigo y yo jugábamos todas las tardes a las cartas una entretenida partida de chinchón en la terraza, con una copita del otro chinchón también al lado. Curiosamente y para acabar de redondearlo ellas eran naturales de Chinchón (Madrid). 

Pues ya digo, he recordado aquella inocente y bondadosa terraza en aquel piso de Argüelles desde la que había unas preciosas vistas de la Sierra de Madrid.

¿Habemus franquistas ahora? Quizá es que nunca dejamos de tenerlos. ¿Quién sabe?

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