Opinión

Más reflexiones perrunas

No quisiera acabar convirtiendo esta columna en una que siempre trata de lo mismo, de perros, sería un aburrimiento atroz. Pero la realidad es terca como la mordida de un cánido furioso y desatado. 

Aunque pensándolo bien, en el periodismo y la literatura siempre ha habido una buena cantidad de autores que dedicaron sus escritos a perros, gatos, loros, canarios y otros animales domésticos, así que no debería preocuparme.

Hace un tiempo mi chihuahua, Atticus, sufrió el ataque incontrolado de un perro del vecindario al que en la refriega se sumaron inmediatamente otros dos.   

A veces lo llevo a pasear a un parque que está cerca de mi casa. En dicho parque, al que muchos vecinos llevamos nuestras mascotas; están siempre en un banco tres señoras con pinta de jubiladas y con sus tres perros, ellos correteando sueltos a su aire y ellas charlando de sus cosas como si estuvieran haciendo calceta a la puerta de la mancebía. ¡Uy, perdón!, no quise decir eso, ¿o sí? 

Los perros que atacaron al mío son perros simpáticos con los que Atticus se ha relacionado amistosamente otras veces pues él es muy sociable. Yo te olfateo y tú me olfateas ¿vale?, ok. Pero aquel día a uno se le cruzaron los cables y lo atacó, a lo que se sumaron rápidamente otros dos. Los perros son así, como secundarios de una película de John Ford, ¿que hay bofetadas en el Saloon?, ¡pues allá vamos todos a dar bofetadas! Por suerte no llegaron a morderle. El susto de Atticus que es un cachorro y tuve que subirlo a mi hombro mientras los perros saltaban a mi alrededor ladrando enfurecidos fue, como se pueden imaginar, mayúsculo. Y el mío también. Para acabar de arreglar la situación hacía unos días en mi barrio había muerto un perro pequeño atacado violentamente por uno grande.

La normativa municipal exige que los perros vayan con correa en lugares públicos pero eso a las tres señoronas, ya digo que son tan fijas allí que parece que las hubiera puesto el Ayuntamiento, les da igual. Con las mismas pongo en duda que recojan los excrementos de sus mascotas, ya que los perros harán sus necesidades a ochenta metros de distancia de sus dueñas, en el parterre que los canes estimen más oportuno en cada momento. Y entretanto ellas a lo suyo, dándole a la calceta y a la sinhueso.

Muchos propietarios de perros de mi barrio, sobre todo de perros pequeños como el  mío, han dejado de ir a ese parque porque la población de perros sueltos que hay allí es muy numerosa. O sea que las tres ¿dije señoras antes? son okupas, pero okupas de verdad que han hecho de un lugar público un feudo privado en el que da miedo entrar como en algunos barrios de Nueva York, y yo viví en Nueva York una temporada. Ergo, nunca hay niños en ese parque. Lógico: si yo tuviera un niño jamás lo llevaría allí.

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