La absurda bronca (verbal en las redes sociales) entre José María Aznar y Carles Puigdemont a propósito de unas declaraciones del primero sobre la conquista de América, tiene tela. El primero hizo en “su” congreso del PP unas declaraciones ridiculizando a López Obrador, un tipo al que no hace falta que lo ridiculize nadie porque ya es ridículo él solo, se basta para eso. Pero Puigdemont desde su atalaya de Waterloo decidió contestarle a Aznar, se ve que no tiene enemigos mejores, y se lió parda.
Esto es una pelea de gallos.
Como sabrán ustedes el cerebro de un gallo es diminuto, pesa solo unos pocos gramos. Los gallos son muy señoritos y elegantes. Se pavonean mucho exhibiendo sus plumas como top-models en una pasarela de París y se dan mucho bombo, pero carecen de cerebro. Lo que sí tienen es unos espolones que meten miedo. Pero en esta pelea de gallos Aznar–Puigdemont, ninguno sacó el espolón. Tan solo cacareos y tonterías.
La cuestión es interesante. Mi tía Ricarda ya fallecida tenía en su casa de Tabagón unos gallitos pequeños muy bonitos y graciosos, los llamábamos “kiricos”. Aquellos kiricos a pesar de su diminuta estatura mantenían a raya a todo el gallinero mejor que un gallo grande. Y corrían por toda la finca apatrullándola de un lado a otro y controlándolo todo.
Mi perrito, Atticus, es como uno de aquellos kiricos, a veces me lo recuerda. Si se encuentra con un perro grande (y cuando digo un perro grande me refiero a uno que pesa veinte veces más que él) le ladra a lo loco hasta asustarlo. Atticus cree que el barrio es suyo. Cuando ocurre eso, que es todos los días, yo le digo: “chaval, esta no es una forma de hacer amigos ¿eh?” Pero a él le da igual. Es como un pequeñajo Robert de Niro en Brooklyn, en una película de Scorsese. El barrio es suyo y punto. Lo gracioso es que si lo dejo acercarse al otro perrazo que generalmente tiene una paciencia como la del santo Job, entonces los ladridos se acaban, se olfatean las narices, Atticus empieza a sacudir la colita y todo son juegos y diversión.
La pelea de gallos entre Aznar y Puigdemont se parece a eso. Mucha tontería y mucho ahuecar las plumas pero ninguno saca el espolón. Supongo que porque lo único que quieren ambos es publicidad. En el caso de Puigdemont lo entiendo, como nadie le hace caso pues tiene que hacerse notar. En el caso de Aznar no lo entiendo, porque no creo que pretenda volver a la arena política.
Peleas de gallos. Están prohibidas. Son un negocio ilegal en México, Filipinas y otros muchos países, porque son una explotación de animales que se hacen mucho daño entre ellos hasta llegar a la muerte, solo por unas apuestas. La de Aznar y Puigdemont no llegará a tanto. De hecho no llegará a nada, porque no hay nadie que quiera apostar.