Opinión

Perros de caza

Como mi padre era cazador me crié entre perros. De niño tuve tres perros digamos míos, que no eran de caza. Bueno, uno sí. Una perrita sin raza identificable de color castaño y blanco. Muy cariñosa. Se llamaba Linda y según mi padre era una cazadora increíble, de las mejores que tuvo nunca. También tuve un ratonero muy despierto que se llamaba Toxo, me lo regalaron recién nacido aún sin destetar y tuve que darle el biberón durante semanas; y una perra dálmata idiota y sorda que curiosamente también se llamaba Linda. Aparte de aquellos perros míos mi padre tenía otros que cada temporada intercambiaba alegremente con sus amigos cazadores: yo te doy el teckel y tú me das el beagle, yo te doy el sabueso y tú me das el cocker. Ok.

La verdad es que era algo parecido a lo que hacíamos los niños entonces con los cromos de aquel famoso álbum "Vida y Color": yo te doy el cromo del amarilis y tú me das el cromo del hipopótamo ¿vale? En fin, que la cosa era más o menos así, un sipi y nopi, un toma y daca.

No sé si el dueño de los doce perros que se despeñaron en Cáceres el otro día persiguiendo a un venado está en la cárcel, pero si no es así debería estarlo. ¡Menudo desgraciado! Mi cachorrito Atticus está desolado. Le puse el vídeo por internet y se echó a llorar al verlo. Lleva tres días llorando incesantemente. Ya no sé cómo consolarlo.

Mi padre era cazador, pero no tenía nada que ver con ese tipo que se dice cazador y solo es un bruto sin conciencia ni escrúpulos. Lo que yo aprendí yendo de caza con mi padre cuando era un crío es que un cazador de verdad ama a los animales. Aunque les dispare a algunos porque es un cazador, claro. Pero si bien le tira a un conejo o a una perdiz, en el fondo ama la naturaleza y sobre todo ama a los perros. Recuerdo ir de caza con él pero no recuerdo verle disparar nunca. Creo que entonces él ya estaba curado de eso. Llevaba la escopeta abierta colgada del brazo, y lo único que hacía era disfrutar viendo a los perros hozar, correr, olfatear y perseguir a una presa. O pasear por el monte respirando los aromas de la jara, la genista, el tomillo o la hierbabuena mientras los perros se lo pasaban bomba. Eso era lo que le gustaba. Siempre volvíamos a casa sin un mísero conejo.

Claro que mi padre era raro. Para que se hagan ustedes una idea: si veía un incendio en la distancia se echaba a llorar como una Magdalena, eso sí con la escopeta en la mano. Ya digo que era raro.

Por eso no estoy en contra de la caza. Por mi infancia. Pero sí estoy, al igual que mi cachorrillo Atticus, en contra de los desalmados.

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